publicado en Todo es Historia N° 340, noviembre 1995
En el interior del país la gente más humilde tiene sus propios santos benefactores, entre los cuales sobresalen como una categoría bien definida los bandidos gauchos: las figuras más características son José Dolores, Francisco Cubillos y Vairoleto en Cuyo, Antonio Gil, el Lega Álvarez, Aparicio Altamirano en Corrientes, Mariano Córdoba y Bazán Frías en Tucumán. Estos personajes históricos merecieron en vida admiración como "justos", se dice que robaban a los ricos para ayudar a los pobres, y murieron de forma trágica a manos de la autoridad. |
Son los clásicos bandidos sociales de todos los tiempos, en la variante autóctona del matrero, que siguen protegiendo a sus fieles aún después de muertos. El fenómeno de sacralización está fuertemente ligado al lugar y las circunstancias crueles o injustas en que los ultimaron. La veneración se expresa en la tumba del difunto y en el sitio donde cayó, aunque también a veces en otros puntos en los que se ha establecido una señal o santuario. Al santo se le atribuye la capacidad de satisfacer los ruegos de los promesantes, que acuden con ese propósito a los lugares consagrados, particularmente en los aniversarios de la muerte.
Esta intersección de la memoria social con la devoción religiosa, que ha sido explorada en parte por los antropólogos y poco atendida por los historiadores, es una evidencia de la singularidad de la cultura popular y configura un desafío para interpretar las dualidades que persisten en nuestra sociedad en la percepción de ciertos sucesos significativos.
Un santoral disidente
En las zonas de nuestro país donde la población rural mantenía ciertos rasgos tradicionales, los campesinos erigieron así su propio santoral criollo disidente de la ideología oficial. Aunque sigue un patrón universal de la religiosidad espontánea, el fenómeno presenta los rasgos de fusión típicos de las culturas mestizas americanas, observables de manera semejante en otros países del continente. Tiene una analogía evidente con la beatificación de los santos en la religión católica -que por cierto en los primeros tiempos del cristianismo fue también un proceso popular espontáneo- e incluye elementos y reminiscencias de los mitos indígenas.
Que estas exaltaciones estén ligadas al pensamiento mágico no implica que no tengan su propia racionalidad. La persona sacrificada se convierte en intermediaria con los poderes superiores que rigen el bien y el mal. Rodolfo Kusch explica que "la razón profunda de ser de cualquier cultura es la de poder brindar a su integrante un horizonte simbólico... y el requerimiento de verdad recién se satisface en el área de la plegaria". En definitiva, "esta teología popular es una forma de llenar con algún género de racionalización la pregunta abierta por la verdad". Según las teorías de Kusch sobre la "barbarie americana", estas proyecciones renuevan sus fuerzas desde el mundo rural, rechazando, infiltrando o socavando el orden racional de las ciudades modernas [1].
Es el homenaje máximo que una colectividad humana puede concebir, ya que la consagración religiosa pretende la eternidad. "Sólo el mito resiste al tiempo -observa Adolfo Colombres- , por ser el sedimento calcáreo del mismo, por acontecer en un tiempo inacabable". La conciencia colectiva selecciona y sintetiza algunas acciones trascendentes en la vida del héroe y les confiere un sentido especial, por un procedimiento comparable al trabajo del artista con su materia [2].
Juan Draghi Lucero ha subrayado el carácter ancestral de tales creencias, señalando en el símbolo ígneo de las velas un resto del culto del fuego, donde la llama de la vida traspone las fronteras para llevar mensajes al más allá. Las velas se encienden los lunes, que es el "día de ánimas", y los cuidadores voluntarios del sitio se encargan de que así sea. En su penetrante análisis, Draghi Lucero constató que la exaltación religiosa de los bandidos gauchos proviene de los sectores más humildes que no confían en las instituciones estatales, que sacan cuentas sobre la corrupción y la venalidad de los gobernantes y conocen el doble juego de jueces y policías, en los que siempre se benefician los privilegiados. Se trata de "las mismas razones esgrimidas por Martín Fierro, Pastor Luna, Juan Cuello y otros perseguidos". "Todo hombre que luche contra la justicia oficial y especialmente contra la institución policial y caiga víctima de ese luchar, es inmediatamente exaltado a 'ánima milagrosa'", Los valores de ese medio social reclaman al varón "cierta postura de rebelde y de choque contra las instituciones oficiales sospechadas" [3].
En una clasificación de las variantes de religiosidad popular, Martín Pascual considera a los bandoleros canonizados como "cultos anómicos", que surgen como negación contestataria u oposición a un orden represivo. Los sectores populares que rechazan la legalidad estatal porque perciben que "no se edifica sobre sus intereses" ven en el bandido muerto "un héroe liberador, una potencia a la cual acudir" [4].
El fenómeno se ha difundido con características uniformes, si bien presenta particularidades vinculadas al contexto de cada región. Con los movimientos migratorios que se intensificaron en las últimas décadas, algunos cultos se han extendido más allá de su zona de origen y también trascendieron a los sectores urbanos. Las referencias que hemos reunido sobre los personajes y los hechos que originaron estos mitos, en varios casos contrastando las leyendas orales con investigaciones de archivos, tienen gran interés desde el punto de vista de la historia social, pues marcan una sucesión de hitos de la memoria colectiva en torno a acontecimientos y experiencias relevantes para la conciencia popular.
Las montoneras, la difunta y el gaucho
Cabe recordar que el culto de la Difunta Correa, originario de San Juan y el más extendido por todo el país, se relaciona con las guerras civiles del noroeste en la primera mitad del siglo pasado, cuando los caudillos gauchos y los alzamientos montoneros movilizaron a las poblaciones mestizas de los antiguos dominios huarpes. Este caso conmovedor evoca la tragedia de una joven mujer que cayó exhausta en la travesía cuando iba en busca de su esposo y fue hallada amamantando a su niño después de muerta, en la quebrada de Vallecito donde hoy se levanta su santuario principal.
Las versiones contradictorias que existen sobre las circunstancias históricas del episodio no son ajenas a la pugna entre la tradición federal y la unitaria/liberal. Algunos relatos afirman que el compañero de la difunta había sido apresado por los montoneros. Sin embargo, según los datos verificados por el historiador sanjuanino Horacio Videla, Deolinda Correa y su hermana estaban casadas con dos hermanos de apellido Bustos, sobrinos del gobernador y caudillo cordobés, uno de los cuales fue ministro del gobierno federal de Echegaray en San Juan y fue asesinado en prisión en 1830. El otro, el esposo de Deolinda, habría sido apresado en Valle Fértil cuando el ejército unitario de Aráoz de Lamadrid invadió la provincia atacando al gobierno de Nazario Benavídez, un caudillo federal querido por su pueblo; esto sucedió en 1841, fecha presumible de los hechos que generaron el mito [5].
En San Juan, otro santo protector de los humildes es José Dolores Córdoba, a quien se recuerda como un cuatrero que robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Afirman que nació en 1805 y cayó en una emboscada que le tendió la policía el 2 de noviembre de 1858, cuando iba al rancho donde estaba su compañera en un paraje del departamento de Pocitos. Se cree que el gaucho cayó junto a un algarrobo, que aún se conserva señalando el lugar del hecho [6].
En la localidad de Rawson, hoy contigua a la ciudad capital, el antiguo "callejón de Dolores" es hoy una calle asfaltada que lleva su nombre por disposición municipal, y una capilla profusamente adornada sigue siendo centro de peregrinaje para la gente humilde. Los estudiantes también lo veneran y le piden ayuda en vísperas de exámenes. La fecha en que se ubica el suceso trágico, una semana después de la ejecución en la cárcel del depuesto gobernador Benavídez, hace presumir su relación con las convulsiones políticas de aquellos días.
Otros bandidos y montoneros de las travesías, como Santos Guayama o Martina Chapanay, fueron canonizados de otrop modo, lo cual podría explicarse por las circunstancias o la localización de su muerte: la Chapanay no fue victimada por la autoridad, y en el caso de Guayama faltó un lugar expuesto al público que marcara el suceso [7]. Cabe preguntar asimismo por qué no suscitaron un mito análogo otros crímenes que causaron gran impresión en las masas rurales, por ejemplo las ejecuciones alevosas de Nazario Benavídez o el Chacho Peñaloza. Sin descartar que en la génesis del culto incidan también otros factores o la simple casualidad, nuestra hipótesis es que de algún modo la relevancia pública de esos hombres los situaba en otro plano del imaginario social. El fenómeno espontáneo de consagración se centra en figuras históricas menos notorias, como si tales creencias jugaran un papel compensatorio, salvando del olvido a los héroes más humildes.
Calchaquíes: el Quemadito y Baquinsay
En la zona de los Valles Calchaquíes que se extienden desde Tucumán a Catamarca, donde la legendaria resistencia de los pueblos indígenas se remonta a los primeros tiempos de la conquista española, existe un culto popular que proviene de las guerras montoneras y otro que corresponde a típicos episodios gauchescos posteriores.
El mito del "Quemadito" evoca la muerte terrible de un paisano federal, acaecida alrededor de 1830, en un paraje del departamento de Copayán o Capayán, cuando la provincia había sido ocupada por las fuerzas del coronel Mariano Acha, respondiendo a la Liga Militar que encabezaba desde Córdoba el general Paz. La guerra había exacerbando el odio entre unitarios y federales, y las batallas y represalias en el interior del país eran cada vez más enconadas y sangrientas. Acha fue un militar porteño, implacable enemigo de la montonera, que había entregado a Dorrego a sus victimarios y terminaría a su vez fusilado y decapitado por los federales diez años después.
José Carrizo era un federal, hombre de Facundo Quiroga, y cuentan que lo apresaron acusado de espía. A pesar de que no se le pudo arrancar confesión, y sin mediar juicio alguno, Acha lo hizo morir en una hoguera. En aquel sitio los pobladores plantaron una cruz en su recuerdo. A partir de entonces el Alma del Quemadito ambula por los campos de la zona y escucha los pedidos que se le hacen, especialmente de quienes buscan algún animal extraviado [8].
Otro caso, localizado en los valles calchaquíes, es el de Julián Baquisay o Baquinsay -apellido de inequívoco origen quichua-, un gaucho perseguido sobre el cual las referencias históricas son menos precisas. Se dice que, acusado por varios robos, fue brutalmente golpeado por la policía hasta morir, y como advertencia o escarmiento lo enterraron en un camino real. Desde entonces se repiten las apariciones de su fantasma, y también concede gracias que le piden los paisanos [9].
El pobre roto Cubillos
En contraste con los próceres de la clase dirigente de Mendoza, donde incluso entre los líderes del partido federal prevalecieron jefes urbanos ilustrados, la devoción popular ha rescatado allí a un "roto", el gaucho de origen chileno Juan Francisco Cubillos. Comenta Draghi Lucero que su tumba en el cementerio municipal de la ciudad es la única que concita demostraciones impresionantes de la gente. En cambio, los promesantes pasan al lado de "soberbios monumentos funerarios, de granito lustrado, en cuyos frontispicios se leen los apellidos de las familias capitalistas más rumbosas y de prestigio tradicional de la región" y murmuran que con lo gastado en ellos se podrían haber construido muchas casas para los pobres [10].
Unos versos anónimos, que se entregan a quienes visitan la tumba, parecen aludir a esta paradoja:
Yo soy el gaucho Cubillos,
trenza de santo y ladrón,
pues no soy mejor que naide
ni naide es mejor que yo. [11]
No es poco significativo observar que las estrofas finales parafrasean el lema de la montonera "Naides más que naides", del mismo modo que lo hacen otras antiguas coplas sobre el célebre Guayama [12].
Según un trabajo de Ramón Morey, basado en documentos de los archivos judiciales de la provincia, había nacido en 1870 en la zona trasandina de Curicó y tenía 18 años cuando empezó su mala vida [13]. Era un tipo moreno, más bien alto y de buen aspecto. En 1887 se hallaba en Tunuyán y encabezó cierta incursión de un grupo de muchachitos por San Luis, de donde volvió montando el caballo robado a un comisario. Arrestado en el cuartel de policía, se escapó y se alzó con otros caballos ajenos, para refugiarse en casa de un chileno en la zona de Maipú. Nuevamente detenido, lo enviaron procesado a la penitenciaría de la capital provincial. Se evadió, lo capturaron otra vez y fue condenado a un año de prisión. Aunque era analfabeto, parece que entonces aprendió al menos a firmar.
En setiembre de 1889, acusado por el robo a una tienda en Godoy Cruz, resistió a balazos a un agente que intentó detenerlo y huyó, pero fue apresado días después. Llevaba casi un año en la cárcel cuando huyó, sin que esta vez pudieran seguirle el rastro. Parece que, bajo el nombre de Pedro Ortiz, trabajó como peón o agregado en una casa de campo de Borbollón. Cuentan que en esa época, sus amores clandestinos con la esposa de un propietario vecino acarrearon consecuencias penosas: aunque el joven ya se había marchado del lugar, al enterarse el marido amenazó a la mujer y le entregó un arma, con la que ella se pegó un tiro.
Capturado en enero de 1893, lo procesaron por su presunta participación en algunos asaltos en los distritos de Borbollón y Plumerillo, pero logró huir una vez más de la Penitenciaría. Durante un tiempo anduvo incluso por la ciudad de Mendoza, burlando la persecución policial con la simpatía de la gente pobre y sin que nadie se atreviera a denunciarlo. Pero en noviembre de 1894, en la zona de Las Heras, fue descubierto, perseguido y finalmente rodeado por el comisario Videla y otros policías. Parece que después de vaciar las armas de fuego, Cubillos y el comisario se desafiaron a pelear mano a mano y el gaucho se defendió a cuchillo y boleadoras, pero al fin los cinco hombres lo redujeron aplicándole una tunda de talerazos, tajos y golpes.
En abril de 1895 se fugó por cuarta y última vez de la Penitenciaría, con otro preso y un centinela que los auxilió. Siguió frecuentando los despachos de bebidas de la ciudad, tiroteándose ocasionalmente con la policía, sin que pudieran echarle mano. Pero en octubre de aquel año, al trascender que andaba por las minas de Paramillo, en Uspallata, donde disfrutaba de la amistad y la protección de los peones, una comisión policial fue enviada a traerlo "vivo o muerto". El cabo Juan Carrizo y el agente Quinteros se infiltraron en el lugar haciéndose pasar por mineros, y en la madrugada del día 26 lo sorprendieron en un rancho, ultimándolo de varios tiros y puñaladas. Según el parte oficial el prófugo se resistió, aunque la versión que corrió fue que lo mataron mientras dormía. Los obreros de las minas no permitieron que los policías se llevaran el cuerpo del gaucho y lo velaron en una impresionante demostración de afecto.
La gente acude desde entonces a su tumba en la localidad de Las Heras, vecina a la capital, especialmente los lunes, "día de ánimas", para colocar velas, rendirle homenaje y solicitar gracias. Al principio era una modesta cruz, con el retrato que muestra su rostro barbado. En la década de 1920, la comisión popular que se constituyó para reunir fondos había adquirido un lote, haciendo construir una sepultura digna de su memoria. Hoy, entre la cantidad de ofrendas y símbolos que la cubren, numerosísimas placas de agradecimiento testimonian la gratitud de los promesantes por sus milagros. Las láminas de su rostro, borroso pero inconfundible, suelen encontrarse en cualquier rancho humilde de Mendoza, presidiendo los pequeños altares domésticos en los que se mantienen ardiendo las candelas para invocar su amparo.
Los mitos correntinos
En Corrientes, la cultura rural tradicional tiene un fuerte componente mestizo resultante del aporte guaraní, lo cual es ostensible en el bilingüismo y en la vigencia de diversas supersticiones de origen indígena. En aquella provincia del litoral, los gauchos y las masas rurales participaron en innumerables contiendas políticas, aunque las montoneras federales no dominaron el terreno y, a diferencia de otras provincias, no tuvieron caudillos de relieve.
La continuidad de la antigua clase propietaria les permitió mantener su autoridad sobre las clases bajas, aunque seguramente estos patrones de estilo patriarcal fueron más respetados que amados. El federalismo correntino tuvo un exponente principal en el empresario, político y brigadier Pedro Ferré, hombre ilustrado y de singular talento, pero no fue un caudillo de las masas rurales. Sus reclamos proteccionistas al tratar el Pacto Federal de 1831 chocaron con el hegemonismo bonaerense, y la mayoría de los federales correntinos terminaron haciendo causa común con los unitarios. Sus ejércitos sufrieron sucesivas derrotas, la provincia quedó bajo la influencia de Urquiza y, al volverse éste contra Rosas, Corrientes hizo una importante contribución a la campaña de Caseros. En las luchas políticas de aquellos tiempos, la divisa federal se identificó con el rosismo o con Urquiza, siempre resistidos por la clase dirigente local; por ello, los federalistas correntinos se diferenciaron formando el partido Autonomista o "colorado", aunque también contribuyeron al origen del partido Liberal o "celeste" [14].
Del mismo modo que en Cuyo, los paisanos correntinos crearon sus mitos heroicos, alrededor de los cuales se suscitaron a veces disputas retrospectivas sobre su verdadera filiación política. Lo cierto es que estos cultos a los matreros incluyen en su simbología la definición partidaria de los personajes históricos, cuando la tuvieron. Como veremos, los más característicos eran colorados, aunque también los hubo celestes.
Uno de los cultos más antiguos recuerda al paisano José, que combatió en el Rincón de Vences en noviembre de 1847. Allí Urquiza infligió una tremenda derrota a las fuerzas correntinas de Madariaga, y José y uno de sus compañeros fueron encontrados agonizando al día siguiente en el paraje Palmar Grande. En el lugar donde una cruz señalaba su tumba se manifestaron sus poderes milagrosos, luego se levantó una capilla y se desarrolló un ritual festivo que incluye la designación de "mayordomos" para cuidar el antro [15].
Al paisano José y a otros que no tienen su propia fecha de aniversario se los conmemora el 3 de mayo, "día de la cruz" o "de las ánimas" en toda la provincia. Esta celebración a su vez se basa en la leyenda de la Cruz del Milagro, que proviene de la época de la fundación de la ciudad de Corrientes en 1588, cuando los guaraníes que la asediaban no pudieron quemar una gran cruz de madera colocada cerca del fuerte; considerada desde entonces como un talismán prodigioso, se le ha dedicado oficialmente un santuario.
Curuzú Gil
El caso del gaucho Antonio Gil, actualmente el más difundido en la región, se remonta a la segunda mitad del siglo pasado, aunque las diversas versiones que conocemos no coinciden en las fechas [16]. Los sucesos acaecieron en la zona de Mercedes, al centro de la provincia. Tanto los "compuestos" anónimos como otros nuevos verseadores siguen relatando su historia con el clásico acento gauchesco:
Antonio Gil te llamabas
gaucho noble de alma buena,
tu vida se vió tronchada
por una injusta condena. [17]
Cuentan que el jefe departamental de Mercedes, de filiación liberal, el coronel Juan de la Cruz Zalazar, reclutó para la milicia al joven Antonio Mamerto Gil Núñez. Éste era "colorado", y una noche desertó en Los Palmares. Perseguido por la autoridad, anduvo por los montes de Paiubre −antiguo nombre guaraní de Mercedes− encabezando una banda de cuatreros, que se dice saqueaba a los ricos para repartir entre los pobres.
Gil habría sido capturado y Zalazar le reprochó haberse hecho desertor, o le reclamó que se incorporara a sus filas, a lo cual el gaucho se negó. "Para qué ta voy a pelear y derramar sangre" habría sido su respuesta. Entonces fue remitido a Mercedes, y de allí a Goya para que fuera juzgado. Esto implicaba casi seguramente su condena a muerte e inquietó a los pobladores de la zona, que lo apreciaban como a un criollo "noble y valiente". Se dice que el coronel Velázquez, veterano de la guerra del Paraguay, intercedió por él ante Zalazar, quien habría decidido ponerlo en libertad. Pero la contraorden llegó tarde: un 8 de enero, la partida que conducía al preso hacia Goya se detuvo a ocho kilómetros de Mercedes, en el cruce de unas picadas, y colgándolo por los pies de un algarrobo lo degollaron bárbaramente. Dicen que lo colocaron en esa posición para evitar el poder de su mirada. El lugar quedó señalado por una cruz de ñandubay que plantaron sus victimarios.
A aquella cruz -Curuzú Gi- se atribuyen facultades prodigiosas a partir de la curación de un hijo del propio matador del gaucho, a quien éste le habría predicho lo que sucedería. Los Speroni, dueños del campo donde se levantaba la cruz, temiendo que la profusión de velas de los promesantes provocara un incendio, la hicieron trasladar al cementerio de Mercees; pero entonces, una sequía castigó la estancia y otras calamidades personales se abatieron sobre la familia, hasta que la cruz fue restituida a su lugar original. Los mismos propietarios construyeron un oratorio, al que se hicieron mejoras posteriormente.
Los santuarios dedicados a Gil están adornados con multitud de estandartes rojo punzó o carmesí, lo cual según algunos simboliza la sangre derramada, aunque generalmente se lo relaciona con su pertenencia al partido federal o colorado. Otro aspecto sugestivo es que la celebración del 8 de enero se ha convertido en una gran fiesta criolla, con cuadreras, doma, taba y comidas típicas, donde la música y el baile del chamamé expresan la alegría colectiva.
El bandido curandero y dos santos celestes
También data de mediados del siglo pasado la historia y el mito de San Antonio María, que adquirió gran renombre como manosanta y "amigo de los pobres" en la zona del Iberá. Oriundo de Yaguareté Corá (hoy Concepción), era un jangadero que comerciaba tacuaras cuando naufragó en el Paraná en medio de una tempestad, en 1840, salvándose providencialmente. El accidente lo transformó y se hizo curandero. Dicen que era además cuatrero y peleador, y mató a una mujer embarazada porque estaba engendrando "un hijo de Yaguareté Abá" (el demonio); algunas versiones sostienen que era su propia compañera, y según otras una vecina que lo había denunciado a las autoridades. El hecho es que intervino la policía de San Miguel y lo mataron de mala manera junto con algunos secuaces que se batieron con él. Por ello, al pie del timbó donde ocurrió el hecho se levantaron varias cruces; tal es el significado de la expresión Curuzú jhetá, con la cual se denomina desde entonces el lugar. Allí se concentra la peregrinación de sus devotos, sobre todo los enfermos que le piden cura, y se lo homenajea especialmente cada tres de mayo [18].
Otro gaucho santificado es Francisco José López, que vivió en la zona de Esquina, presuntamente a mediados del siglo XIX, y cayó en desgracia por dar muerte a unos foragidos cuando iba en busca de auxilio para su mujer parturienta. Convertido en matrero, fue capturado por unos policías, maniatado contra un árbol y degollado. Cuentan que en ese mismo momento, su sangre produjo efectos milagrosos en las propias manos de sus victimarios, curándole a uno una parálisis y a otro un mal en los dedos. En aquel sitio se levantó su cruz, y en tributo a la filiación liberal de López los adornos y ofrendas ostentan el color celeste. La devoción por su ánima cura a los enfermos y brinda otras formas de asistencia a quienes lo invocan [19].
La devoción popular a Juan de la Cruz Quirós se localiza en la zona de Caá Catí, hoy General Paz, donde una capilla resguarda la cruz de su tumba. Fue éste un paisano caído en la revolución de 1893, cuando los liberales correntinos, de acuerdo con los radicales de Alem en el orden nacional, se levantaron en armas derrocando al gobierno provincial autonomista. Al parecer, Quiroz llegó a Caá Catí con las huestes del caudillo "celeste" Gervasio Blanco. Su grupo se desbandó tras un enfrentamiento y lo capturaron. El coronel Hermógenes Esquivel ordenó ejecutarlo y fue degollado en La Morita, a orillas de un estero, el 22 de agosto de 1893 [20].
El Gaucho Lega
Olegario Álvarez, el "gaucho Lega", fue el más famoso de los bandidos de su tiempo y constituye uno de los mitos más arraigados en Corrientes. Las ofrendas en torno a su sepulcro en Saladas, pintado y ornamentado de rojo, así como los altares dispersos por toda la región testimonian la fe en sus facultades sobrenaturales, y proliferan los adivinos y "payeseros" que curan en su nombre. Se lo celebra en especial los días lunes, y el color que tiñe todos sus símbolos se relaciona con su filiación autonomista [21].
Había nacido en 1871 en Saladas, hijo natural de Nicolás Garbia y Paulina Álvarez. Siendo muy joven, como de 20 años, mató en cierto entrevero circunstancial a un adversario. Se presume que los autonomistas le facilitaron fugar del calabozo y comenzó su vida errante por los esteros y montes del Iberá. Es fama que hallándose en un velorio se trenzó en lucha con otro gaucho llamado "Poncho Café" y lo ultimó. Perseguido por la policía, se entregó sin pelear en un punto situado entre Loreto y San Miguel, de donde fue remitido a la ciudad de Corrientes.
Condenado a prisión perpetua, y cuando llevaba ya doce años de cárcel, se escapó junto con Aparicio Altamirano y Adolfo Silva el martes de carnaval de 1904. A partir de allí encabezó una gavilla de matreros que recorrió la zona de montes y pueblos entre los esteros de Iberá y Batel, donde encontraban hospitalidad en los ranchos humildes. También se lo veía por las noches frecuentando las calles de Saladas. Tuvo algunos enfrentamientos con la policía, de los que logró escapar.
Astuto y temerario, andaba por todas partes y los paisanos nunca informaban a la autoridad. Se le atribuyeron diversos asaltos y muertes, pero la gente lo consideraba un hombre bueno. Dicen que cuando andaba necesitado se aparecía con su banda en la tranquera de las estancias "a pedir algo". Lo cierto es que los ricos estancieros vivían atemorizados por sus andanzas, y se organizó una batida con la participación de varias comisiones policiales que convergieron sobre Saladas desde los pueblos vecinos. Al fin fue sorprendido por una comisión al mando del comisario Ortiz el 23 de mayo de 1906, en una "ranchada" de Rincón de Luna, jurisdicción de Yaguareté Corá, donde estaba con sus compañeros Aparicio Altamirano y Adolfo Silva. Los bandidos se batieron hasta el final en un combate que los versos populares siguen narrando con lujo de detalles:
Pelearon los tres gauchos
y ¡ta que me va a rendir!
balearon a dos caballos
y a un soldado de Ortiz. [22]
Se cree que el Lega poseía un amuleto o curundú que lo protegía de la muerte, y estando malherido pidió a sus captores que se lo quitaran, hecho lo cual finó inmediatamente. Esta creencia sobre la invulnerabilidad se reitera en casi todos los casos de bandidos gauchos de la región, y coincide con otro rasgo típico que señala Hobsbawm respecto al bandolero social [23].
La anécdota que referimos concilia en cierto modo la creencia en el poder del talismán con el final del héroe, y se repite en la leyenda de otros personajes. Por otra parte, el curundú tiene gran variedad de formas; los relatos hablan de una cruz u otros objetos, que pueden estar hechos con diversos materiales, y se llevan colgados del cuello como un collar o introducidos mediante un corte en la piel que saben practicar los hechiceros paisanos. Claro que también existen "contra-amuletos" mortíferos, como la bala con punta de cuerno de toro.
El Lega fue sepultado en el camposanto de su pueblo natal de Saladas. "Enterraron, es cierto, su cadáver acribillado en el cementerio del pueblo -narra Gerardo Pisarello-, mas su alma se echó andar de nuevo entre la gente. Se llegó por los caminos de sus antiguas andanzas, se entró más libremente que otras veces en los ranchos y, esta vez, en todos los ranchos" [24].
Cuentan que aún antes del entierro, al dejarse caer su cadáver en el patio de la comisaría, se había movido varias veces, anticipando algún poder sobrenatural. Pero su consagración definitiva acaeció en 1914, cuando el comisionado municipal Pedro Volta dispuso exhumar sus restos en una remodelación del camposanto. Dicen que los cabos de pico se rompieron y los peones no lograron moverlo, por lo que se respetó su primitivo emplazamiento y se levantó un nuevo sepulcro por suscripción popular. Todo ello contribuyó a exaltar la leyenda:
Desafió al municipal
que vaya pues a sacarlo.
De su tumba colorada
nadie podrá retirarlo [25]
El sucesor del Lega y Tuquiña
Aparicio Altamirano era otro correntino de Mercedes, que compartió la suerte del Lega desde que lo acompañó en la famosa fuga del carnaval de 1906. Fue el único del trío que logró escapar del tiroteo de Rincón de Luna. Continuador de la leyenda, siguió dando que hacer a la policía hasta que lo mataron en un paraje del departamento Bella Vista. Aunque hay más de una versión del suceso, parece que andaba enfermo, acompañado por un sobrino, y se había refugiado en casa de su compadre Velardo. Cercado por la policía, saltó por la ventana hacia un maizal y resistió a balazos hasta que cayó herido de muerte. Cuentan que los agentes buscaron en su cuerpo yacente el escapulario mágico que llevaba al cuello, pero éste había desaparecido [26].
Igual que el Lega, Altamirano era "piragué", o sea colorado. Dicen que un secretario de Vidal, el gran caudillo autonnomista de aquellos años, lo había sacado una vez de la cárcel y el gaucho se comprometió a servirle. El emblema partidario lo acompañó hasta la tumba, según los versos anónimos que evocan un gesto de su compadre:
Velardo lo sepultó
con su poncho colorado
como homenaje sagrado
al amigo que cayó. [27]
Otras coplas mencionan a la mujer que amó, "Angela que siempre lo llora", así como también la devoción del paisanaje en general, ya que la leyenda lo reconoce como paladín de los humildes:
Era amigo de los pobres
Aparicio Altamirano,
él a los ricos robaba
jugando fiero su vida
y esquivando a las partidas
a los pobres ayudaba. [28]
Miguel de Galarza o "Tuquiña", a quien se nombraba también por los apodos de Guadaña o Chuña, fue otro matrero que se desgració por cuestión de amores y anduvo por los pagos de Goya y Empedrado:
Y fue así como Tuquiña
se transformó en gaucho alzado.
Su fama aún se comenta
por los campos de Empedrado [29]
El 20 de octubre de 1917 fue asesinado, dicen que a traición, por unos paisanos en el paraje Costa Guazú. Sobre el lomo de su caballo fue llevado a la comisaría de Mburucuyá, donde cuentan que aquella noche "diluvió". Su tumba en el cementerio del pueblo se convirtió en sitio sagrado, donde los fieles agradecidos por sus milagros renuevan constantemente la ofrenda de cabos de velas.
Los bandoleros tucumanos
En la provincia de Tucumán las supervivencias míticas giran en torno a imágenes gauchescas más recientes. La historia de Mariano Córdoba data de comienzos del siglo XX. Fue peón de estancia en Monte Redondo, y luego se desempeñó como agente de policía en Aguilares. Parece que se desgració por algún problema de mujeres en los pagos de Aguilares y se hizo matrero. Su fama creció con su vida de fugitivo, hasta que lo ultimaron un 2 de noviembre en Monte Redondo. Cuentan que se quedó a dormir en un rancho, tras haber bebido mucho, y el anfitrión lo denunció a la policía. El sargento de la partida que fue a buscarlo le pegó un tiro "en dormido". En aquel paraje se levantó una cruz a la cual acuden multitudes de peregrinos a llevarle flores, renovar las velas y solicitar su intercesión para diversos asuntos, que se relacionan por lo general con cuestiones de trabajo y fortuna o con problemas sentimentales [30].
El más renombrado de los bandidos milagrosos de Tucumán fue en vida Andrés Bazán Frías, alias "el Manco" o también "el Zurdo". Se dice que robaba para ayudar a los necesitados y la gente humilde lo amparaba en sus casas. Una partida policial lo baleó en 1923 al trepar el muro del Cementerio del Oeste de la ciudad capital, por lo cual se lo venera tanto en su tumba como en el sitio donde cayó. En realidad se trata de un bandido de origen suburbano, cuya leyenda se puede confrontar con los datos de abundante documentación de archivos [31].
Hijo de un policía, nacido en 1895 y criado en los arrabales de Villa Alem, trabajó de yesero y luego como mozo de confitería. En 1915 cayó preso por una trifulca callejera, comenzó a mezclarse en la "mala vida" y también se asoció a un sindicato, donde se habría relacionado con militantes anarquistas. Entre 1917 y 1918 lo detuvieron cuatro veces imputado por desórdenes y fue sentenciado a siete meses y medio de prisión. En 1919, a raíz de un incidente nocturno en el que tiroteó al personal del Distrito Militar, fue nuevamente condenado a tres años. Indultado el 9 de julio de 1921, meses después cometió un robo con Martín Leiva y mató a un agente de policía que los perseguía.
En setiembre de 1922 se fugó de la cárcel utilizando un par de revólveres que le hizo llegar otro famoso bandido, Pelayo Alarcón, al que había conocido tiempo atrás. Éste fue un bandolero rural oriundo del Paraguay, que dejó también su huella legendaria por Salta, y Bazán Frías fue a reunirse con él a la zona de Rosario de Lerma [32].
Dicen que una obsesión persistente del Manco -común, por otra parte, entre los anarquistas de aquella época- era el proyecto de asaltar la cárcel para liberar a todos los reclusos, e intentó convencer al paraguayo para atacar el penal de Tucumán. Entretanto participó en el asalto a una finca rural, y días después, a raíz del robo de un caballo, se batió a tiros junto con Pelayo Alarcón contra una comisión que los seguía por el monte. La experiencia rural del Manco fue breve, ya que a fines de aquel año estaba de vuelta en Tucumán, pero contribuyó tal vez a asimilar su figura a la de los gauchos. El 13 de enero de 1923, después de beber en una reunión con varios amigos, se suscitó una pelea callejera y el alboroto atrajo a la policía. Lo persiguieron hasta el Cementerio y allí, cuando se lanzaba a trasponer el muro, lo acertaron un balazo en la cabeza.
El elenco de héroes milagreros ha ido nutriéndose en Tucumán con otros casos. El Finado Chiliento, bandido famoso por sus duelos con la policía en la década de l930, fue herido al fugarse de la prisión y murió poco después, el l6 de febrero de 1940; su tumba en Monteros se convirtió en un centro de culto al que afluyen los promesantes en cada aniversario [33].
Los últimos neogauchos
En 1941, la muerte del famoso bandolero Juan Bautista Vairoleto, cuando la policía lo sorprendió retirado en el sur de Mendoza, suscitó un mito semejante a los anteriores en aquella provincia, que tiene su centro ceremonial en el cementerio de General Alvear. La capillita original fue reemplazada hace pocos años por un muro liso donde se han seguido acumulando las placas y exvotos de los fieles. Sin embargo, la leyenda vigente en la vasta zona donde transcurrieron sus principales aventuras, La Pampa, el Valle del Rio Negro y Neuquén -áreas de poblamiento migratorio, posterior a la conquista del territorio indito-, no tuvo nunca connotaciones religiosas [34].
En cuanto a Mate Cosido, el célebre pistolero rural del Chaco en los años 30, no podría haber sido motivo de un culto análogo pues la policía no llegó a matarlo y nada se supo de su vida y su muerte después de 1941 [35].
En cambio se insinuó un fenómeno de canonización con dos típicos bandidos sociales, Isidro Velázquez y Vicente Gauna, que conmovieron la provincia en la década del ‘60 con una sucesión de audaces asaltos, hasta que un operativo policial terminó con sus vidas. Velázquez, nacido en 1928 en Corrientes, vecino de Colonia Elisa, casado y con cuatro hijos, era un trabajador a quien dicen que su hermano Claudio arrastró a la mala vida hostigado por la autoridad. Muerto Claudio en un enfrentamiento con la policía en 1963, después de un año de ausencia "el Vengador" reapareció perpetrando diversos atracos en compañía de Gauna [36].
Según la leyenda, Isidro llevaba un payé que lo hacía invulnerable; se dice que su grito o sapucay detenía a quienes lo enfrentaban, su mirada paralizaba y las puntas de su pañuelo lo orientaban en el monte, señalando dónde se ocultaban sus enemigos. Si bien el repoblamiento del Chaco en este siglo fue semejante al de los territorios del sur, la afluencia masiva de correntinos dejó honda huella en las costumbres del campo, por lo que no es raro que se dieran condiciones propicias para la proliferación mítica que se manifestó particularmente alrededor del "Vengador".
Finalmente Velázquez y Gauna cayeron acribillados en una emboscada policial en diciembre de 1967, en el camino a Pampa Bandera, debido a la delación de una maestra de la zona que actuó como entregadora. Cuando comenzaron a aparecer las ofrendas de los peregrinos en aquel lugar, las autoridades hicieron talar o quemar el árbol que servía de señal. Como los homenajes se repetían en el cementerio de Machagai junto a las tumbas de ambos, se estableció una vigilancia durante cierto tiempo para impedirlo. A pesar de que la represión oficial parece haber inhibido la exteriorización del culto, hasta hoy las velas, flores y mensajes en aquellos sepulcros testimonian el agradecimiento de algunos promesantes [37].
En estas consagraciones de los héroes marginales de las clases pobres se puede observar una línea de continuidad desde la rebeldía de los matreros en el siglo pasado, entrelazados a veces con las guerras políticas y los alzamientos montoneros, hasta los bandoleros rurales más recientes, los "neogauchos", que prolongan la misma actitud contestataria frente al orden estatal. En cierto sentido se trata de una sublimación de la saga gauchesca -lo cual equivale a decir la resistencia campesina al poder establecido- como mitología o "teología" propia de las clases bajas. También se puede decir que completan la historia nacional, rescatando del olvido a estas figuras habitualmente no registradas por las memorias historiográficas o literarias, que sin embargo forman parte de la cultura popular y proporcionan una clave para entender su singular racionalidad.
Notas
[1] Rodolfo Kusch, Esbozo de una antropología filosófica americana, Buenos Aires, Cimarrón, 1978; y La seducción de la barbarie, Buenos Aires, Fundación Ross, 1985.
[2] Juan Draghi Lucero, "Los nichos de las vías públicas", comunicación al Congreso Internacional de Folklore, Buenos Aires, octubre 1960, documento nº 183, Archivo INA.
[3] Adolfo Colombres, "Mitos, ritos y fetiches" en Juan Acha y otros, Hacia una teoría americana del arte, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1991, p. 206.
[4] Martín Pascual, "Cultos anómicos", en M. E. Chapp, M. Iglesias y otros, Religiosidad popular en la Argentina, Buenos Aires, CEdAL, 1991, p. 62.
[5] Ver Susana Chertudi y Sara Josefina Newbery, "La Difunta Correa", Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, núm. 6, Buenos Aires, 1966-1967, p. 95-178; Horacio Videla, Historia de San Juan, Buenos Aires, Academia del Plata/Universidad Católica de Cuyo, 1972/1976, t. III, p. 729 y ss y p. 738-739; t. IV, p. 255-257; y el relato novelado de Lucy Campbell, Difunta Correa, Buenos Aires, Editora del Paraná, 1975.
[6] Ver Félix Coluccio, Cultos y canonizaciones populares de Argentina, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1986, p. 90-91; Susana Chertudi y Sara J. Newbery, op. cit., p. 129. También ref. al autor de Miguel Angel Fernández, en base a relatos de los lugareños (1994).
[7] Ver Eugenio Carte, "Las varias muertes de Santos Guayama", en Todo es Historia núm. 23, marzo de 1969; H. Chumbita y A. Martínez, "Martina Chapanay, bandida y montonera", en Todo es Historia núm. 325, agosto 1994; M. Pascual, op. cit., p. 62, incluye a la Chapanay entre los "cultos anómicos".
[8] Ver F. Coluccio, op. cit., p. 45-46.
[9] Ver F. Coluccio, op. cit., p. 87.
[10] J. Draghi Lucero, op. cit., p. 6-7.
[11] Versos transcriptos por F. Coluccio, op. cit., p. 72-73.
[12] Ver las coplas "El montonero Guayama" en Juana E. Quiroga de Yakin, Vida de Santos Guayama, San Juan, Ed. Sanjuanina, 1971.
[13] Ramón Morey, "El «gaucho» Cubillos, su verdadera historia" en Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, tomo XI, nº 25-26, junio 1938, p. 137-150.
[14] Ver Antonio E. Castello, Historia de Corrientes, Buenos Aires, Plus Ultra, 1991; José Carlos Chiaramonte, Mercaderes del litoral. Economía y sociedad en la provincia de Corrientes. Primera mitad del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1991.
[15] Ver Miguel Raúl López Bread, Devocionario Guaraní, Santa Fe, Colmegna, 1973, p. 77-80.
[16] Ver López Bread, op. cit, p. 86-89; M. Pascual, op. cit., p. 63-67; Marta de París, Corrientes y el santoral profano, Buenos Aires, Plus Ultra, 1988, p. 25-32.
[17] Versos de María Luisa Pais, "Injusta condena", que se cantan con música de chamamé de Roberto Galarza, transcriptos por Marta de París, op. cit.
[18] Ver López Bread, op. cit., p. 68-73, que cita a Ernesto Ezquer Zelaya, "Puñado Yoha"; Guillermo Perkins Hidalgo, "Leyendas y supersticiones del Iberá", en Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, Nº 4, Buenos Aires, 1963, p. 274-276.
[19] Ver M. de París, op. cit., p. 39-41, y Coluccio, op. cit., p. 82.
[20] Ver López Bread, op. cit., p. 75-77.
[21] Ver López Bread, op. cit., p. 62-67; Marta de París, op. cit., p. 33-37; Carlos Dellepiane, "Olegario Alvarez. Un santo correntino", en Selecciones Folklóricas Nº 13, Buenos Aires, Codex, 1966; Emilio J. Noya, "Culto de Olegario Alvarez, el Gaucho lega", en diario El Litoral, Corrientes, 9 junio 1969; Gerardo Pisarello, Che Reta (1946), Santa Fé, Colmegna, 1979, p. 116-120.
[22] Compuesto tradicional transcripto por M. de París, op. cit., p. 48.
[23] Eric J. Hobsbawm, Bandidos, Barcelona, Ariel, p. 58 y ss.
[24] Gerardo Pisarello, op. cit., p. 119.
[25] Variante del compuesto que se refiere en nota 21, transcripto por C. Dellepiane, op. cit., p. 61-63.
[26] Versos anónimos transcriptos por López Bread, op. cit., p. 86.
[27] Ver Sara Sáenz de Morales, Aparicio Altamirano, el último bandido correntino, Buenos Aires, Agro, 1946.
[28] Versos anónimos que transcriben con variantes López Bread, op. cit., p. 85 y Marta de París, op. cit., p. 50.
[29] Versos de un compuesto de Antonio Alvarez Lottero. Ver López Bread, op. cit., p. 80-83.
[30] Ver Chertudi y Newbery, op. cit., p. 130; Coluccio, op. cit., p. 85.
[31] Ver Arturo Alvarez Sosa y Carlos A. Páez de la Torre (h), "Bazán Frías", serie de notas en el diario La Gaceta, Tucumán, 24 noviembre al 15 diciembre 1969; Félix Molina-Téllez, El mito, la leyenda y el hombre, Buenos Aires, Claridad, 1947, p. 54-55.
[32] Sobre la leyenda del personaje, que se conserva viva por la zona de Orán, existe una zamba salteña, "La Pelayo Alarcón", con letra de Manuel J. Castilla y música de Gustavo “Cuchi” Leguizamon.
[33] Ver F. Coluccio, op. cit., p. 92.
[34] Ver H. Chumbita, "Bairoletto, el último bandido romántico", en Todo es Historia núm. 20 de diciembre de 1968.
[35] Ver H. Chumbita, "Alias Mate Cosido", en Todo es Historia núm. 293, noviembre de 1991.
[36] Ver Roberto Carri, Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia , Buenos Aires, Sudestada, 1928; Luis Bruschtein, "El fugitivo de Pampa Bandera. Historia de Isidro Velázquez" en Crisis núm 62, Buenos Aires, julio de 1988.
[37] Testimonios recogidos por el autor en Resistencia, Roque Sáenz Peña y Machagai, 1993.