de Hugo Chumbita
ilustración de Javier Armentano
La señal de tu destino, el día en que naciste, fue el alzamiento de los rebeldes en armas, la lucha precursora de Túpac Amaru y Túpac Catari.
Era tu camino, nuestra querida Juana: realizar el sueño de los pueblos, el empeño de tu vida.
No venías al mundo para rezar en las sombras del convento, sino a hacer brillar en tu sable los rayos del Inti.
No hay olvido, no hay injusticia que pueda borrar el gesto de tu entrega, por amor a tus paisanos, en las primicias de la revolución.
Y así te vimos cabalgar por los montes, flameando al viento tus hermosos cabellos, teniente coronela por decreto de Belgrano: encabezando el tropel de los más bravos, conduciendo a batirse también a las mujeres.
Te quitaron la casa y los predios de Cullco. Las fiebres y el espanto mataron a tus niños y tus niñas, y a Luisa, la última, parida entre los fragores de la batalla, debiste desprenderla de tus pechos para poner a salvo tu semilla.
Manuel Ascencio Padilla, el amado jefe de las guerrillas, el vengador de los humillados, tu marido, cayó combatiendo, su cabeza enarbolada en una pica para sembrar el horror y el escarmiento.
Un raro día feliz, Simón Bolívar llegó al lugar de tu reposo a tributar su gratitud, él en nombre de todos.
Fuiste la caudilla, derramando tu valor y tu sangre, Juana Azurduy: mientras haya una mujer o un hombre en este suelo vivirá tu memoria de patriota americana.