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DEBATE DE HUGO CHUMBITA CON NORBERTO GALASSO

 

Extracto de notas publicadas en el sitio web AGENCIA PACO URONDO (APU), 17 de agosto 2020

ENTREVISTA A NORBERTO GALASSO

por Fernando Latrille

APU: Ante un nuevo aniversario de su fallecimiento, el 17 de agosto de 1850, a los 72 años, ¿qué debemos saber o entender los argentinos de la vida de San Martín y qué aspecto te parece fundamental valorar?

N.G.: Uno de los aspectos fundamentales es su posición hispanoamericana, diríamos en aquel momento, para no decir latinoamericana, que no era lo que se usaba por entonces. La idea que la libertad nuestra está estrechamente ligada al progreso, crecimiento y la justicia social de los países vecinos, del resto de América Latina. Por otra parte, su voluntad de servir al pueblo, de una manera permanente. En España como militar que luchaba por una España que quería modernizar, que es el hecho que lo lleva a él a venir al Río de la Plata. Un asunto que es bastante complejo, porque según cómo se explique ese regreso de San Martín al Río de la Plata, se pone en tela de juicio la interpretación de Mitre sobre la Revolución de Mayo como revolución antiespañola; la máscara de Fernando VII, que es una fábula, entonces casi nadie toma el tema, porque hay que explicarles a los chicos por qué la patria se festeja el 25 de Mayo y luego se festeja el 9 de Julio de 1816. Los chicos dicen: “La patria nació dos veces entonces”. No. No nació dos veces, la de 1810 fue una revolución democrática que reemplazó un gobierno virreinal por un gobierno popular.

APU: Pero no fue separatista...

N.G.: Claro, exactamente. Se da ese mismo fenómeno en Santiago de Chile, en Bogotá, se da en México. Es decir, son revoluciones que se extienden en todo Hispanoamérica y no con un carácter rupturista. Entonces, como en ese tiempo no había Internet para que se comunicaran, evidentemente es porque obedecían a las mismas razones, que era que España también estaba entrando en un proceso revolucionario a partir de 1808, y que San Martín era un hijo de la Revolución Francesa. Él hablaba de los derechos del hombre.

Y en ese sentido −ahora que estamos en un Año Belgraniano− pasó algo semejante con Belgrano. San Martín y Belgrano están fuertemente influidos por la cultura española, por lo mejor de la cultura española. Que es la de los primeros años del siglo XIX. Entonces, este es otro aspecto fundamental de San Martín, que hace que además él tenga una posición totalmente favorable hacia los sectores populares. Que tenga un cocinero negro, que para la época, y para algunos debe ser todavía escandaloso. Que habla de “nuestros paisanos, los indios”. Que tenga una actitud democrática permanente a pesar de que Mitre dice que cuando Belgrano y San Martín coinciden con la monarquía incaica lo que están haciendo es claudicar de sus posiciones democráticas. Cosa que la rebate totalmente Juan Bautista Alberdi viejo. Cuando el Alberdi del exilio se replantea una serie de cosas, y dice que la monarquía incaica era la vinculación del proceso de Mayo más hondamente con los pueblos originarios y que era la mejor salida para el problema que había en 1816, que no se podía declarar la república porque el mundo había girado hacia una monarquía. Esa idea de monarquía Incaica la formuló Belgrano como propuesta y San Martín la apoyó totalmente pero el Congreso de Tucumán se encontró con que había un Anchorena que dijo: “No, incas no, porque los incas son todos patas sucias y hay que ir a buscarlos a una chichería. Son gente color chocolate”.

APU: Este es un Año Belgraniano como bien señalás. Se cumplieron 250 años del nacimiento de Manuel Belgrano y 200 años de su muerte. El ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, te encargó un ensayo sobre Manuel Belgrano, que seguramente se conocerá cuando esté superada esta etapa de la pandemia, ¿Qué nos podés adelantar de ese trabajo, con respecto a la relación de Manuel Belgrano con José de San Martín?

N.G.: Trabajé bastante, porque la pandemia me impedía salir a bibliotecas o a encontrar nueva información. Entonces, trabajé bastante con el epistolario de Belgrano. Hay una extensa relación que se produce a partir del momento en que Belgrano, después del triunfo de Salta y Tucumán, pierde en las batallas Vilcapugio y Ayohuma; entonces, el gobierno de Buenos Aires considera que hay que hacerle juicio por eso y considera que hay que reemplazarlo del mando del Ejército del Norte. Ahí hay una cosa interesante, donde San Martín escribe una carta y le dice al gobierno: “He creído mi deber imponer a nuestra excelencia que de ninguna manera es conveniente la separación del general Belgrano de su ejército porque no encuentro un oficial de bastante suficiencia y autoridad que lo subrogue del mando de su regimiento ni que me ayude a desempeñar las diferentes atenciones que me rodean con el orden que deseo instruir a la oficialidad, que a veces la oficialidad de cuadros medios se niega a aprender lo que es necesario para nuestros movimientos. Sólo Belgrano puede suplir esta falta instruyéndome y dándome la noticia necesaria que carezco sobre estas tierras. Su buena opinión entre los principales vecinos y habitantes del pueblo es muy grande a pesar de los contrastes que ha sufrido. Insisto que sería un error desplazarlo”. Interesante porque el gobierno le insiste a San Martín que vaya al norte y San Martín va al norte y no asume. Se presenta ante Belgrano como un colaborador. Belgrano incluso lo designa como segundo jefe. Entonces, cuando pasa el tiempo y San Martín no asume y mantiene una relación muy amistosa con Belgrano, desde Buenos Aires le dicen que se deje de dar vueltas al asunto y que tome la jefatura del mando. Belgrano, que era una persona con gran vocación patriótica y además con una gran humildad, reconocía que eso era fundamental. Porque él era un abogado que se había hecho general por las necesidades de la Revolución. Belgrano lo toma bien y dice que por fin tenemos ahora al frente del ejército del norte a un verdadero general. Y dice en una carta a Alvarado: “Mi estimado amigo, al fin he logrado que el ejército tenga un jefe del conocimiento y virtudes dignas del mayor y más distinguido aprecio. Estoy contentísimo con San Martín. Después de tanto trabajo y penalidades. Me he desprendido de todo amor propio y le pedí al gobierno que por qué nos hemos de engañar, a dónde y cómo voy a ser yo un general. He quedado a las órdenes de San Martín para ayudarle según los conocimientos que he adquirido”. Entabla una relación muy buena que se fortalece cuando Belgrano plantea la monarquía incaica. Porque San Martín la apoya junto con Güemes. Se produce esa disidencia con los diputados porteños, que son los que hacen que se impida darle una forma, de la cual Alberdi considera que era la mejor fórmula; y dice que es quizás el aporte más importante que Belgrano haya hecho a través de su lucha y trayectoria. Eso generalmente pasa como una especie de declinación del democratismo de San Martín y de Belgrano por la aceptación de la monarquía. Después siguen siendo amigos. Una relación muy afectuosa. San Martín se va a la campaña. Belgrano sigue después en el ejército del norte. Tienen disidencias, una es que Belgrano es fervientemente católico y San Martín es un hijo de la Revolución Francesa también en el aspecto filosófico, es un escéptico. Belgrano le advierte que en los pueblos que se mueve, el catolicismo está muy arraigado y debe nombrar a determinada Virgen como generala de su ejército. Le advierte los problemas que puede acarrear su agnosticismo.

(...) 

 

APU, 20 de agosto 2020

¿SAN MARTÍN NO FUE INDEPENDENTISTA EN 1810? ¿PROCESO DEMOCRATIZADOR O INDEPENDENTISTA?

por Hugo Chumbita

Ante el aniversario del 17 de agosto, la Agencia Paco Urondo publicó una entrevista con Norberto Galasso que leí con interés, como todo lo que él dice y ha escrito en su vasta obra historiográfica, pero que me motiva a plantear en este caso una objeción parcial a su interpretación de la actitud de San Martín y de los patriotas revolucionarios de 1810. Galasso afirma que San Martín luchaba por una España que quería modernizar, y es lo que lo lleva a venir al Río de la Plata, a participar de una revolución democrática que no era separatista ni rupturista; y se refiere a sus coincidencias con Belgrano, Moreno y el Plan de Operaciones.

Es cierto que San Martín se había vinculado al liberalismo constitucionalista que cundía en los ejércitos españoles, pero es evidente que su ingreso a la Logia de Cádiz, uniéndose a los jóvenes americanos que se disponían a volver para servir a la revolución continental, lo llevaba a enrolarse en la causa de la independencia. La explicación que he sostenido en mis investigaciones es que la “pasión eficiente” que movió a San Martín a volver a América, más decisiva que las “razones ideológicas” generales, fue la certeza acerca de su origen, de sangre indígena por el lado materno, que se le revelara al conocer en Cádiz a su padre biológico, el brigadier Diego de Alvear, y a su “medio hermano” Carlos de Alvear, con quien emprendió el regreso en 1811.

Pero más allá de esta cuestión, que hemos tenido ocasión de comentar y discutir con Galasso, quiero señalar que el proyecto del núcleo revolucionario del movimiento de 1810 en el Río de la Plata era inequívocamente independentista, no obstante la “máscara de Fernando” que lo encubría al comienzo. Ello es muy claro en los hechos y los dichos de los patriotas más resueltos. Monteagudo, en su memorable alegato como abogado defensor de Castelli, cuando se le reprochaba la conducción del Ejército del Norte en el Alto Perú, declaró que ellos, en efecto, luchaban por “el sistema de igualdad e independencia”. Las instrucciones de Artigas a los diputados orientales enviados a la Asamblea Constituyente de 1813 reclamaban una Confederación republicana, con “independencia absoluta” de España y de su casa real.

(...)

 

Es interesante destacar que San Martín no era “antiespañol”, sino que su rechazo se dirigía contra “los godos”, la clase dominante que se pretendía superior; no hay duda de que era un americanista, solidario con los pueblos autóctonos, y cabe pensar que no sólo por razones ideológicas. Pero sobre todo, respecto al movimiento de 1810, la tesis del “españolismo” no se corresponde con las ideas de los revolucionarios de la primera hora, y peor, la podrían aprovechar los genuflexos que imaginan “la angustia” de los patriotas al separarse de la corona. 

 

APU, 24 de agosto 2020

"LA REVOLUCIÓN DE MAYO NO FUE CONTRA ESPAÑA"

por Norberto Galasso

El asunto es el siguiente. Hugo Chumbita tiene una interpretación distinta sobre la Revolución de Mayo y también, por consiguiente, sobre los motivos del viaje de San Martín.

Esto me ha interesado y es un tema que toqué en especial a partir de que el Dr. (Juan Bautista) Sejean consideró que el viaje de San Martín era el viaje de un tipo sobornado por los ingleses y que venía a luchar contra España para liberar estas tierras y entregárselas al Imperio Británico. El libro se llama San Martín y la tercera invasión inglesa. Cuando salió, creo que fui el único que salió a refutarle a Sejean, explicándole los motivos por los cuales vino San Martín.

Los motivos, a mi juicio, son los siguientes. En Hispanoamérica se producen en 1809-1810 varios movimientos revolucionarios: Chuquisaca, primero, Caracas, después, Buenos Aires, Bogotá, México... Estos son movimientos contra el absolutismo, contra los virreyes. No fueron contra España, sino que dicen que forman parte del proceso revolucionario que se está dando en España desde 1808, donde las juntas populares se han constituido como representantes del pueblo para hacer la revolución democrática en España, a semejanza de la producida en Francia en 1789.

Esto es importante porque todas se hacen en nombre de Fernando VII, porque él era la figura que en ese momento parecía ser el hombre indicado para la modernización y para terminar con la Inquisición y los privilegios de la nobleza, etc., en España y también, en América.

Por su parte, San Martín, que era un hijo de la Revolución Francesa porque estuvo muy cerca de toda su influencia, en 1889 llega a España, tiene 8 o 9 años y permanece en España 30 años, luchando en 30 batallas. Es un veterano de guerra con cierto grado importante en la caballería y decide –como surge de todos los textos– continuar las luchas en América, entendiendo que la revolución de España, que se lleva adelante desde 1808, es la misma que se está gestando en América. Es una revolución por el liberalismo revolucionario −no el liberalismo como se lo considera ahora–, contra la superstición, contra el absolutismo, contra el triunfo o el predominio de los godos.

Hay que recordar que San Martin fue a la escuela en España, estudió geografía española, luego literatura española, y después estrategia en el ejército español. Era un hombre que se jugó la vida en varias oportunidades en favor de España. Por eso, resulta insólito para el mitrismo la explicación de por qué viene San Martín, por qué abandona el ejército, que no lo abandona él solo, ya que viene acompañado de 18 oficiales que se vienen con él a seguir la lucha en el Río de la Plata.

Entonces, en este sentido, es su concepción de que la revolución no debe limitarse a las Provincias Unidas sino también a Chile y a Perú, y la prosecución de la lucha que él consideraba que era hispanoamericana, pues no se hablaba tanto de Latinoamérica.

Después, cuando entre 1813 y 1814 recupera el trono de España Fernando VII, que había sido prisionero de Napoleón, y hace un giro total y vuelve a la posición absolutista de la inquisición, de perseguir a los democráticos. Entonces, es recién ahí que España decide mandar dos flotas para tratar de recuperar sus tierras de América. Las luchas que hicieron Belgrano y San Martín fueron esencialmente contra tropas provenientes del Virreinato de Perú, del Virreinato de Lima, del rey Abascal, no fueron contra esas dos flotas que llegaron después cuando España intenta hacer ese recupero.

Eso explica que un hombre adherido a lo que él llamaba el “Evangelio de los derechos del hombre”, un hombre que estaba muy influenciado por los revolucionarios de la Revolución Francesa – igual que Belgrano– está dispuesto a proseguir esa lucha. Ahí aparece un San Martín distinto al mitrista, que tenía un cocinero negro, que en aquella época era medio insólito, que lamenta mucho a los negros que han caído en la batalla de Chacabuco, que lleva a cabo sus grandes batallas en Chile, Chacabuco y Maipú. Hasta que, a partir de 1814, al producirse ese cambio, como es la derrota de la revolución en España, es cuando en América se considera que es necesario caer en una posición separatista.

Por supuesto que hubo algunos anuncios de independentismo en algunos hombres de la Revolución de Mayo, pero fueron muy pocos, por eso no se declaró la Independencia. Se planteó en la Asamblea del año 13 y no tuvo consenso, se planteó después y tampoco tuvo consenso. Recién cuando se plantea en 1816 es porque ya España es otra y es necesario e imprescindible declarar la Independencia.

En ese momento, el Congreso de Tucumán, después de declarar la Independencia, da un documento importantísimo que ha sido silenciado por el mitrismo, donde el Congreso de Tucumán explica que nosotros, en 1810, hicimos lo mismo que hicieron los españoles en distintas provincias españolas, poniendo hombres populares en lugar de los mandones que representaban el privilegio y toda la derecha española. Por eso, se da el fenómeno de que la bandera española flameó en el Fuerte de Buenos Aires hasta 1814, cosa que el pueblo no hubiera admitido si la revolución hubiera sido independentista. No se puede hacer una revolución y al día siguiente decir que se jura por el propio enemigo por el cual se hace la revolución.

Además, ¿quiénes hicieron la revolución? Eran hijos de españoles, algunos eran españoles, incluso. Algunos de la Primera Junta como Matheu y Larrea. ¿Si no que hacían allí? Eran españoles Arenales, Álvarez Jonte; era español, catalán, el que hizo la música del himno nacional.

Además, en la época del sesquicentenario se publicó La Revolución de Mayo, que son unos 20 tomos donde se publican diarios de la época, donde dice que French y Berutti repartían estampas con la efigie de Fernando VII, no banderitas celestes y blancas como insinuó Mitre o dijo Mitre sin ningún fundamento. Porque Fernando VII era en ese momento la figura que apoyaban los revolucionarios en España. A tal punto que cuando Fernando VII vuelve al poder y gira a la derecha en España, se produce una carta de Posadas, que era el director Supremo de San Martín, diciéndole “ahora nos han dejado los cuernos del toro, ahora tenemos que cambiar nuestra política”. Esa carta es en 1814. A partir de allí empieza la presión de San Martín para declarar la independencia.

Todo esto es lo que explica que la Revolución de Mayo y la Independencia 1816 sean fenómenos distintos, porque si no parece que la patria nació dos veces y los chicos, los alumnos, no entienden nada en los colegios. Esta cuestión es importante, yo le diría a Chumbita, porque al darle un carácter separatista a la Revolución de Mayo, el revisionismo rosista le está haciendo un gran favor al mitrismo. El propio Mitre lo dice en la biografía de San Martín, que la revolución se hizo en 1810 por odio a España. ¿Cómo era ese odio a España si eran todos españoles? Eran criollos pero se consideraban españoles porque estaban nacidos en una colonia española. No hubo una intervención de los pueblos originarios sometidos, salvo las republiquetas que se dan tiempo después, cuando ya en España se ha restablecido el absolutismo. Entonces, no hay que dejarle al mitrismo el recurso de recurrir a esto de que había odio a España y entonces... ¿La revolución tenía amor por quién? ¿Por los ingleses? Es lo que dicen el mitrismo y Rivadavia.

¿Y por qué el rosismo no ataca debidamente a Mitre? Esto se lo dijo Manzi una vez a un revisionista rosista. Recién lo hizo José María Rosa cuando tocó el tema de la Guerra del Paraguay, pero en general no abordaban la crítica a Mitre, porque Mitre, decía Homero Manzi, se había dejado un diario de guardaespaldas, que es La Nación... A mí no me interesa que La Nación me silencie totalmente, incluso me silenció una contestación a Halperín Donghi, donde le refutaba una serie de cosas sobre el bombardeo del 16 junio de 1955, que Halperín Donghi omite en su libro Democracia y las masas. Allí dice que hubo un ataque, un allanamiento y que a la noche se quemaron las iglesias, pero no habla de los casi 400 muertos o más que hubo por el bombardeo a la Plaza de Mayo. Entonces, creo que este es un talón de Aquiles que hay en el revisionismo, que es necesario que el rosismo se lo replantée.

Por eso doy el debate, sabiendo que Hugo Chumbita ha estado en la CGT de los Argentinos, que es un hombre del campo nacional, y por el cual yo tengo aprecio como compañero, con un mismo objetivo de liberación nacional y en contra de los movimientos desestabilizadores que se están produciendo últimamente. Pero sí creo que hay que tener cuidado en el debate ideológico, y esto, Alberdi –que era antimitrista– lo dijo claramente: que la Revolución de Mayo y las revoluciones de toda Hispanoamérica eran parte de la revolución española, por eso juran todas por Fernando VII y por eso todas después tratan de independizarse cuando la revolución española ha perdido. Creo que hay mucha documentación sobre este tema, y he tratado de resumirla en estas pocas argumentaciones. 

 

APU, 26 de agosto 2020

LA INDEPENDENCIA ES UN SUEÑO ETERNO

por Hugo Chumbita

Agradezco la respuesta cordial de Norberto Galasso a las cuestiones que planteo en mi nota publicada por APU, aunque sus razones me parecen insuficientes, y quiero insistir en el eje de un tema que vale la pena profundizar: ¿Los revolucionarios de 1810 buscaban o no la independencia?

Creo que es un asunto de evidente interés historiográfico, e incluso actual, cuando la independencia sigue siendo un dilema económico y cultural, y cuando necesitamos renovar el revisionismo histórico como fundamento de una conciencia nacional y popular.

La interpretación de Galasso −que tiene lejanos precedentes, incluso en los discursos de Pedro Ignacio Castro Barros, Antonio Sáenz y Juan Manuel de Rosas, luego sostenida por los historiadores del revisionismo hispanista y por los seguidores de Jorge Abelardo Ramos− es que la independencia no fue el propósito de la revolución de 1810, sino el resultado posterior debido a la reacción absolutista de Fernando VII. Entonces, lo que se desata el 25 de mayo sólo habría sido al comienzo una proyección del liberalismo constitucionalista europeo y español, y no un movimiento emancipador de los americanos.

Esta interpretación no hace justicia a las ideas y las actitudes de los patriotas revolucionarios de la primera hora. No solamente los de Buenos Aires, sino los de otras latitudes del continente que se levantaron aprovechando las circunstancias de crisis del régimen en la península, siguiendo el modelo juntista y por razones tácticas con la “máscara de Fernando”, pero decididos a quebrar el sistema colonial para suprimir los privilegios y el régimen de castas que oprimía a la mayoría social de mestizos, indios y esclavos, y terminar con la explotación y los abusos del monopolio comercial.

No hubo sólo “algunos anuncios de independentismo” que “no tuvieron consenso”. Los alzamientos del Alto Perú en 1809, donde se planteó “el silogismo de Chuquisaca”, eran decididamente independentistas. La revolución en Caracas declaró inequívocamente la independencia en julio de 1811. Sobre la adopción de la máscara de Fernando es elocuente la explicación de Cornelio Saavedra en su carta a Juan José Viamonte del 27 de junio 1811 (que cayó en manos de los realistas y se utilizó para denunciar “el plan de los revolucionarios”): "Si nosotros no reconociésemos a Fernando, tendría la Inglaterra derecho o se consideraría obligada a sostener a nuestros contrarios que le reconocen, y nos declararía la guerra […] ¿Qué se pierde en que de palabra y por escrito digamos ¡Fernando! ¡Fernando! y con las obras allanemos los caminos al Congreso, único tribunal competente que debe y puede establecer el sistema o forma de gobierno que se estime conveniente, en que convengan los diputados que le han de componer?"

(...)

Las ideas de “igualdad e independencia” que invocaba Bernardo de Monteagudo en 1812 defendiendo en juicio a Juan José Castelli, son las mismas que consagraba el Himno de Vicente López y Planes, aprobado por la Asamblea Constituyente de 1813, en el cual resuenan los versos inconfundibles del proyecto de liberación: “oíd el ruido de rotas cadenas, ved en trono a la noble igualdad”; “una nueva y gloriosa nación”, “de América el nombre”, hasta rendir “al ibérico altivo león”.

Si aquella Asamblea no sancionó la independencia, que postulaban resueltamente los diputados orientales de Artigas −y que declararon antes de 1816 las provincias de la Liga Federal−, fue por las mismas razones tácticas que invocaba la carta de Saavedra: la conveniencia de contar con la ayuda aparentemente neutral de los británicos.

En cuanto a San Martín, es evidente que decidió sumarse a la revolución americana que ya en 1811 se había proclamado independentista en Caracas, según surge de su conocida carta al mariscal peruano Ramón Castilla: “Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etcétera, resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar. […] En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable […] mirar a todos los Estados americanos en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin. Consecuente a este justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar su independencia y crearles una fuerza militar propia que la asegurase” (carta del 11 de septiembre 1848).

No está en discusión el mayor o menor grado de afección a España y su pueblo, ni la incidencia coyuntural del constitucionalismo liberal español de la época, sino la profundidad del sentido emancipador de la revolución americana desde sus inicios, y por lo tanto las causas del gran levantamiento social que conllevó. Se trata de un problema epistemológico, tanto en la visión de los procesos políticos como en el caso de los personajes de nuestra historia. Según enseñaba Puiggrós, las causas externas actúan a través de las causas internas; tienen influencia, a veces primordial, pero obrando sobre un fondo o base ya creado por las causas internas, e inciden en los cambios sociales por intermedio de éstas, en la medida en que éstas se lo permiten; sin comprender esta relación causal, en el pensamiento eurocéntrico la historia americana tiende a presentarse como mero reflejo de la historia europea. Y nuestra revolución de la independencia como mera proyección de la revolución burguesa mundial.

De manera análoga, se suele interpretar la conducta humana como efecto de las ideas, sin considerar otros factores, de clase, subjetivos y/o emocionales, es decir la “pasión eficiente” que mueve la voluntad de las personas y los pueblos. Este es el nudo en la historia de San Martín y su origen mestizo, que en mis investigaciones he tratado de enfocar entrelazada a la historia de la sociedad colonial de su tiempo. No volvió a América a luchar por razones liberales abstractas, sino por solidaridad con la causa de la libertad e igualdad de quienes, como él, eran hijos de los conquistadores y los conquistados. 

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Nueva Generación, 2023

La fabulosa historia de los célebres bandidos Vairoleto, Mate Cocido y Zamacola, una obra teatral musical en versos de ritmo festivo que recrean la saga y el mito popular.

 

La ilustración de la cubierta del libro es una intervención basada en 
dibujos de historieta de Manuel José Peirotti ('Peiró') y de Juan Dalfiume 

 

 

El argumento de esta obra resume las aventuras legendarias de Juan Bautista Vairoleto, Segundo David Peralta (a) Mate Cocido y Eusebio 'el Vasco' Zamacola, cuyo trayecto les granjeó la admiración de los paisanos de las pampas del sur y del norte del país, y en la década de 1930 se juntaron, convocados por los oberos anarquistas, para golpear a la odiosa compañía La Forestal.

La Opereta tiene acentos dramáticos y farsescos, escrita en versos que siguen al molde de la literatura auchesca.

Las canciones, musicalizadas por Gustavo Maturano, Pablo Giangrante y Delfor Sombra, con la contribución de Bosquín Ortega y Zito Segovia, alternan los géneros tradicionales de raíz folklórica con ritmos populares actuales: una recreación de la realidad de tiempos pasados que sigue teniendo la sugestión imperecedera de la celebración y el mito.

 

 

  

 

  El libro incluye las partituras de los temas musicales

 

 

 

   

Video de la presentación del texto, con la 
interpretación de algunas canciones (cliquear en la imagen)

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 Publicado en el sitio web “Vagos y vagas peronistas”, 2021

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Pienso en la pandemia como una amenaza del mundo exterior cernida sobre al territorio que habitamos. Tengo la impresión de que fue una reacción de la naturaleza ante las agresiones al ecosistema perpetradas por la especie humana, que va convirtiéndose en una plaga para nuestro planeta, con su desmedida concentración de riqueza y poder en el hemisferio norte y los abusos que se cometen contra las demás especies. Pero dejando el asunto para que lo respondan quizás las ciencias y la filosofía, en un enfoque histórico más acotado, si vemos la pandemia como un castigo que vino de afuera, parece una metáfora del destino del país desde que se creó el Virreinato del Río de la Plata.

         Quiero recordar que la Argentina se modeló a partir de entonces como un embudo, con un puerto-puerta destinado a abrir esta región al intercambio con la metrópoli, al cual arribaban y del cual partían los galeones trayendo vituallas y esclavos para llevarse el oro y la plata del Potosí; un comercio que fue variando para extraer después los cueros y lanas, más adelante las carnes y granos, mediante la construcción de la tela de araña ferroviaria que traía las manufacturas de Europa y arruinaba las bases de la industria local.

         Esta cabeza de Goliat fue creciendo exponencialmente con las oleadas de trabajadores inmigrantes que bajaban de los barcos, más los otros que vinieron de tierra adentro. El siglo veinte conmovió el reinado de los ganados y las mieses, la crisis mundial del capitalismo alteró la ecuación agroexportadora y el crecimiento se encaminó con la industria nacional, pero el tejido de la dependencia se reconfiguró con el ingreso de más capitales multinacionales y el tráfico de otras mercaderías e insumos. Hasta la era actual, en que los avances tecnológicos han ido removiendo los muelles y la ciudad capital es más que nada un puerto virtual, siempre en la función de intermediario, como sucursal de las corporaciones y las redes financieras globales: el mostrador donde se despachan los grandes negocios.

         La historia de la ciudad está llena de acontecimientos memorables que la enaltecieron, desde la expulsión de los invasores británicos y el alumbramiento revolucionario de la república; aunque también la gran aldea fue asediada por los levantamientos de las provincias que reclamaban compartir los frutos de la emancipación, en una larga disputa que culminó implantando el retaceado sistema federal. En la etapa de las guerras civiles los propósitos unitarios fueron derrotados, pero la ciudad contaba con los recursos de la hegemonía mercantil para mantener sus privilegios.

         Después de Caseros se segregó para formar un Estado aparte, y después de Pavón se mantuvo como capital de la provincia bonaerense, hospedando graciosamente al gobierno nacional. Los intentos de poner la capital en el interior fueron vetados por el sanjuanino Sarmiento, y en 1880, cuando la ciudad albergaba unas 80.000 almas, Buenos Aires fue finalmente nacionalizada, venciendo la resistencia en armas del bando mitrista a costa de más de 3.000 muertos. Para que fuera, como dijo entonces el diputado José Hernández, el lugar de encuentro y armonía de provincianos y porteños, donde fraguara “el espíritu nacional”. Np fue posible, porque continuó siendo el reducto de la dominación oligárquica.

         Frente al orgulloso bastión elitista que miraba hacia afuera, una y otra vez se alzaron las demandas por rectificar el rumbo, que tuvieron mayor eco en los pueblos interiores y en las orillas circundantes, en el cinturón fabril donde acudieron a radicarse los migrantes de las provincias. Un día de 1945 esas masas obreras de pigmentación más oscura inundaron las calles y la plaza, sorprendiendo a quienes las ignoraban y comenzaron a verlas como una peligrosa marea que ascendía de los suburbios.

         A la capital federal se la había dotado de un régimen municipal especial, con el intendente designado por el presidente y un Concejo Deliberante electivo, además de elegir senadores y una cantidad de diputados nacionales –llegaron a sumar un tercio de la Cámara− que le conferían peso importante en el Congreso. La composición social de la urbe tenía sus rasgos diferenciales que se reflejaron en el escenario político, como fue el caso de la inserción electoral de los socialistas, que alguna vez alcanzaron mayoría en los comicios capitalinos. Las cosas cambiaron con el advenimiento del peronismo, aunque la capital resultó ser el distrito donde su mayoría no era tan holgada, y los radicales se aproximaban a empardar el caudal de sufragios peronistas, por lo que las circunscripciones uninominales de la ley de 1951 se trazaron de modo que el voto de los barrios populares compensara el de los de más categoría.

         En la evolución posterior, la población de la ciudad quedó estancada en casi tres millones, mientras en las zonas linderas de jurisdicción provincial seguía creciendo el conurbano, donde habitan hoy unos doce millones de personas; numerosos municipios a los que se fueron desplazando las fábricas y puertos, nuevas actividades productivas, villas precarias y barrios residenciales cerrados, en un proceso espontáneo, desordenado y en gran medida anómalo. Una megápolis que encierra grandes disparidades de nivel de vida e infraestructura de servicios, con ventajas para el distrito capital por sus recursos públicos, que es difícil corregir en esta acompleja configuración política.

         Agotado el ciclo de las dictaduras militares en el que regía la arbitrariedad de facto, volvieron al primer plano las deliberaciones sobre el sistema político. Se planeó reformar la Constitución, y el multipartidario y multisectorial Consejo para la Consolidación de la Democracia del tiempo de Alfonsín propuso, entre otras medidas, mudar la capital a los umbrales de la Patagonia y crear entonces una nueva Provincia del Río de la Plata que abarcara la ciudad porteña y el conurbano bonaerense, Era un plan de trascendencia geopolítica, que apuntaba por un lado a instalar el gobierno nacional en un lugar distante de la base tradicional de los “poderes fácticos”, y por otro lado integrar y equiparar el núcleo capitalino con sus prolongaciones de la periferia metropolitana.   

Pero tales ideas fueron dejadas de lado en el Pacto de Olivos que condicionó la reforma constitucional, reduciendo el tema a la elección popular del intendente. Parecía pues una forma de restar algo a la omnipotencia presidencial y crear un cargo ejecutivo que tal vez no pudiera ganar el peronismo.

Los términos fueron variando en otro sentido en el trámite de las Coincidencias Básicas de los dos partidos mayoritarios y en la Convención Constituyente de 1994. El punto de la elección del intendente se amplió hasta concebir un Estado-ciudad autónomo, a medias municipal y provincial, con su Legislatura y su Estatuto organizativo, donde el ejecutivo pasaba a titularse jefatura de gobierno. Se desecharon las numerosas objeciones de forma y de fondo formuladas en los debates por quienes alegaban que la capital “es de todos los argentinos” y advertían previsibles conflictos de competencia. En prevención, una cláusula constitucional estableció que por ley del Congreso se garantizarían los intereses del gobierno nacional mientras la ciudad fuera capital federal.

En efecto, en 1995 so dictó la Ley Cafiero, por la cual el Estado nacional se reservó diversas instituciones y facultades, incluso la justicia ordinaria y atribuciones de seguridad policial, circunscribiendo las funciones judiciales de la ciudad a los asuntos vecinales, contravenciones y casos contencioso-administrativos y tributarios locales. 

         Pero los trabajos del parto de la Ciudad Autónoma continuaron tratando de darle mayor rango a la creatura. En 1996, la primera elección de sus autoridades mostró el predominio en el ámbito porteño de las dos alas de la Alianza, la UCR delarruísta y el Frepaso, que protagonizaron la elaboración de sus instituciones. La Legislatura Estatuyente se autodenominó “Convención Constituyente” y al estatuto lo llamaron Constitución para jerarquizarlo, según declaró la presidenta de la asamblea Fernández Meijide. El texto incluyó una extensa declaración de derechos ciudadanos y reguló los tres poderes orgánicos excediendo los límites de la Ley Cafiero, con una cláusula transitoria según la cual las disposiciones que sobrepasan las limitaciones de aquella ley tendrán aplicación cuando “una reforma legislativa o los tribunales competentes habiliten su vigencia”.

         A partir de allí, los gobiernos porteños comenzaron a disputar y absorber competencias, rebajando a la vez sus previstas alcaldías municipales a meros centros administrativos, y aumentaron los recursos propios y delegados por la Nación. Fue también notoria una orientación política diferenciada del resto del país. En esta ciudad hizo su carrera política ascendente De la Rúa, y comenzó a tramarse el engendro macrista, fiel expresión del avance de los intereses de la “patria contratista” sobre la gestión directa del gobierno, obediente a los dogmas neoliberales para seguir privatizando el patrimonio común e imponer el libre albedrío de la especulación financiera y la prepotencia de los consorcios exportadores  En este contexto ha podido cosechar votos, por ejemplo, una candidata impresentable en su provincia natal, y pueden medrar políticamente los gurúes de la city que saltan del sector privado al sector público y van y vuelven con las mismas recetas para servir a sus mandantes.

         Y estalló la pandemia, una calamidad que se derramó desde el norte, que encontró desunidos a los países suramericanos, y desde el norte también nos venden a alto precio los remedios. La peste puso de resalto el absurdo de una política sanitaria o antisanitaria dividida por la avenida General Paz, a la par que ponía en evidencia los lazos de circulación del trabajo y servicios mutuos entre las áreas contiguas de la región metropolitana, en permanente y necesaria interrelación. Quedó expuesta asimismo la pretensión inadmisible del gobierno porteño de desacatar leyes nacionales impunemente, priorizando intereses mercantiles por sobre la protección de la vida humana.  

         Hay que estudiar el gran diseño territorial de la nación, y aunque es dudoso que el traslado de la capital sea la solución de los problemas que arrastra nuestra estructura social y económica, sin duda la integración del complejo metropolitano, retomando la discusión de aquella idea de una nueva provincia rioplatense, podría conducir a una distribución equitativa de los recursos y a la reconfiguración política de esta parte central del país. Para que la puerta al mundo no sea la cabecera de playa del capitalismo global ni la sede de una clase dirigente de espaldas al interior, sino una ciudad recuperada para la política nacional, en sintonía con las necesidades del conjunto de la sociedad, como fue el espíritu de su federalización que proclamara José Hernández: una ciudad de todos y para todos nosotros, los argentinos.

 

 

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