publicado en Todo es Historia N° 346, mayo 1996
El Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez es un clásico de la gauchesca comparable al Martín Fierro de Hernández, por su repercusión popular y su influencia en la literatura argentina. Tiene además el interés de narrar la vida de un personaje real, que refleja el momento crepuscular del ciclo histórico de los gauchos, cuando aquella clase de jinetes independientes y rebeldes se extinguía. ¿Fue en realidad un héroe popular, un arquetipo de las virtudes del criollaje, o un cuchillero venal al servicio de los políticos que ejercían el fraude? |
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Los gauchos siempre fueron un sector marginal de la sociedad. Como los indios de las pampas, su modo de vida originario fue la captura de los rebaños de ganado salvaje, y nunca fueron bien tolerados por la autoridad. Subsistieron en los espacios fronterizos del orden social, sobre los cuales avanzó inexorablemente la ocupación del suelo y la organización de la producción ganadera, hasta que ya no hubo más lugar para ellos. Con la revolución de la independencia y las guerras civiles se hicieron soldados y guerrilleros, alcanzando cierto reconocimiento por sus valiosos servicios militares, pero también se alzaron en las rebeliones montoneras como una amenaza para la elite dominante. En la época de la organización nacional se ejerció contra ellos una implacable represión y el proceso de "privatización" de tierras y ganados les fue sustrayendo sus medios de vida. Nadie atendió la propuesta de Hernández de "formar colonias con hijos del país" y, según denunció Gutiérrez, "privados de todos los derechos del ciudadano y del hombre", perseguidos por "vagos" o por falta de "papeleta", convertidos en parias en su propia tierra, vivían huyendo o terminaban siendo carne de cañón en la odiosa milicia de frontera. Bandolerismo y "moreirismo" Hace más de un siglo, la acogida entusiasta que tuvo en el público de masas el folletín sobre Moreira y su versión teatral, contrastaron con la actitud de la crítica ilustrada [1]. Así como el poema de Hernández fue menospreciado durante décadas como "literatura menor", a Gutiérrez lo juzgaron despectivamente como escritor, aunque en el fondo lo que se le reprochaba era su exaltación del matrero. No era grata para los círculos dirigentes la imagen del gaucho rebelde, y menos aún que se lo presentara como víctima de las autoridades que lo empujaban al delito. García Mérou acusó a Gutiérrez de falsear "las nociones más rudimentarias de la moral, levantando la plebe contra la cultura social y haciendo responsable a la justicia de las acciones de un hombre dejado por la mano de Dios". Mariano Bosch negó indignado la "necesidad" de esa narración de venganzas e injusticias policiales acerca de "un bandolero sanguinario". Roberto Giusti se ensañó con sus "impropiedades" de léxico. Pagés Larraya, restando valor literario a sus folletines, les concedió importancia sólo "como captación de lo más bajo del gusto popular" [2]. Sin embargo, el autor no hacía más que transmitir una leyenda vigente entre los paisanos, que su novela y el circo criollo amplificaron por todo el país. Ángel Rama opina que el éxito de Juan Moreira, muy superior al de los demás héroes novelescos de Gutiérrez, "debe ponerse a cuenta del prestigio popular del personaje real que le sirvió de modelo", ya que el folletín en sí mismo "no es mejor ni peor que los otros" [3]. La obra de Gutiérrez fue importante para difundir la historia romántica de Moreira, pero algunos datos que proporciona el mismo texto -como las décimas y estilos que lo celebraban en sus pagos- no dejan dudas sobre la preexistencia de su fama. Sobrino nieto del precursor de la gauchesca Bartolomé Hidalgo, Eduardo Gutiérrez era un periodista porteño que había prestado servicios en la frontera y conocía bien la campaña bonaerense. Aunque a través de sus familiares tenía relaciones en los círculos dirigentes, era un rebelde que protestó en sus trabajos periodísticos contra la defraudación de los ideales de la organización nacional. En su corta vida -murió a los 38 años- escribió a ritmo febril una obra literaria que captaba la sensibilidad popular. Sus folletines se nutrían de la misma realidad que inspiró a los verseadores anónimos y a los escritores que le precedieron [4]. Intelectuales como José Ingenieros y en particular Nerio Rojas, desde una perspectiva crítica, opusieron al mito otra imagen de Moreira apoyada en los testimonios judiciales [5]. Sin duda esos registros contienen datos esenciales para conocer los hechos, pero cabe preguntar si realmente eran objetivas las versiones atestadas en los expedientes por los jueces de paz. Desde el punto de vista de la investigación histórica, después de la formulación de la teoría del bandolerismo por Eric Hobsbawm, es inevitable relacionar a Moreira con la categoría del bandido social; es decir, el justiciero legendario, solidario con su comunidad tradicional y apoyado por ella, que actúa como subrogante de la protesta campesina contra el orden opresor. Las tesis de Hobsbawm dieron lugar a polémicas al aplicarse a diversos casos y contextos, y uno de los aspectos controvertidos es precisamente el valor relativo de las fuentes, ya que el tipo de leyendas que él toma en cuenta comúnmente se contradicen con los documentos oficiales, en los cuales se apoyan los "revisionistas" de su teorización [6]. La discusión académica del bandolerismo latinoamericano es otra vuelta de tuerca más sofisticada en torno al mismo asunto de nuestro viejo debate sobre el "moreirismo". Si bien la fama de muchos bandoleros rurales los revestía con los atributos de Robin Hood, como protectores de los pobres del campo, en ciertos casos estos sujetos no hacían sino servir a los intereses de los terratenientes o a ciertos grupos del poder. Richard Slatta, en su compilación sobre las "variedades" del bandolerismo en América Latina, pone a Moreira como un ejemplo del segundo tipo, añadiendo que no podía ser de otra manera, pues la población dispersa e inestable de las pampas no permitía las redes de solidaridad campesina que postula Hobsbawm [7]. ¿Puede considerarse a Moreira como un bandolero "noble" o "vengador" que expresaba la rebeldía del campesinado tradicional bonaerense? ¿O su trágica muerte dio pie a una mitificación retrospectiva, acentuada por la estilización romancesca de sus aventuras? En definitiva, la cuestión que se plantea es hasta qué punto las leyendas y la novela de Gutiérrez corresponden a la realidad de los hechos y al ascendiente del matrero entre los paisanos, para saber si fue un verdadero bandido social o sólo un delincuente vulgar idealizado por los campesinos, o por el novelista y la ingenuidad de su público. En algunos pasajes del folletín, Gutiérrez enfatizó la veracidad del relato citando sus fuentes. Cronistas posteriores encontraron documentos y testimonios que corroboran muchos datos y rectifican otros, y los investigadores han profundizado el conocimiento de la antigua campaña bonaerense. Estos aportes, confrontados con las constancias de los archivos judiciales y demás registros que se han conservado, permiten reconstruir con mayor certeza la trayectoria de Moreira y aproximarnos a las respuestas que buscamos. Los orígenes de Moreira Juan Moreira figura en los prontuarios como "de padres desconocidos". Sin embargo, es muy probable que fuera hijo de un mazorquero del Cuerpo de Serenos y Vigilantes a Caballo a quien Rosas hizo fusilar, tal como afirmó Gutiérrez. Tanto en su folletín La Mazorca como en el Moreira cuenta que era un sujeto de mala entraña y, entre otros crímenes, mató a un "barbero sangrador" de filiación federal. El Restaurador lo habría enviado al coronel Ciriaco Cuitiño con una carta, haciéndole creer que era la orden para cobrar un dinero, cuando en realidad se trataba de su propia sentencia de muerte [8]. En los archivos consta que un mazorquero llamado Cirilo Moreira fue ejecutado en 1843, y es presumible que fuera hijo extramatrimonial de un importante comerciante portugués afincado en Buenos Aires, Custodio José Moreira, quien tuvo ciertos vínculos con el rosismo [9]. Todo sugiere que el resentimiento y la vergüenza derivados de su ascendencia no reconocida y de aquellos hechos trágicos marcaron las primeras experiencias del niño. Se sabe que se crió en el partido de Matanzas, que en aquella época comprendía varias poblaciones de los alrededores de Buenos Aires, aunque no hay certeza sobre el lugar y fecha de su nacimiento. Marcos de Estrada, empeñado en reconstruir su biografía, creyó identificar el acta de bautismo en la iglesia de San José de Flores de 1819, según la cual su padre habría sido Mateo Blanco, gallego, casado con una criolla de San Nicolás. El dato coincide con el apellido Blanco que el gaucho usó en un tiempo posterior, pero, según veremos más adelante, esto se debió a una circunstancia fortuita. La afirmación de Estrada carece de otro asidero convincente y tampoco concuerda con la edad que le atribuyen algunas filiaciones policiales. Parece excesivo que tuviera 55 años a la fecha de su muerte, cuando mostraba poseer aún extraordinaria capacidad física. Es improbable que haya nacido antes de 1830, y nos inclinamos a creer que fue entre 1835 y 1840 [10]. Cuentan que su madre lo puso a cargo del capataz de una estancia de Lobos para que lo disciplinara. Era un mozo fuerte y habilidoso; aprendió a cantar acompañándose con la guitarra, y se hizo baqueano en las faenas rurales. Tendría unos 20 años cuando se conchabó como peón en el establecimiento de los Correa Morales en Navarro, donde trabajó un tiempo ganándose la estima de aquella familia. Después consiguió un "puesto" para afincarse y se unió con una muchacha del pago, Vicenta Andrea Santillán, con quien habría tenido tres hijos. Poseía un pequeño rebaño de vacunos y ovejas, era hábil domador, y trabajando como resero recorrió varios partidos vecinos. Conforme a las descripciones del prontuario policial, era un tipo de regular estatura, de pelo castaño, ojos verdosos y cutis blanco algo rojizo, picado de viruelas, de nariz aguileña. Era conocida su disposición para las fiestas campestres y su habilidad para cantar acompañándose con la guitarra, así como su afición por los naipes, la taba y las cuadreras. Contra la idea de que fuera analfabeto, se atribuye a Fray Mocho haber visto al menos una carta desafiante de su puño y letra enviada a un dirigente alsinista de Navarro [11]. Al servicio de Alsina Gutiérrez cuenta que Moreira se había destacado como "guapo" persiguiendo malones indígenas en las partidas de la Guardia Nacional (especie de milicia en la cual se enrolaba obligatoriamente a todos los varones adultos de cada distrito). Debía tener cierta fama cuando se empleó como guardaespaldas de Adolfo Alsina, pues no era una misión para confiar a cualquiera. Estrada, que consultó a varios testigos de las zonas que recorrió Moreira, dice que trabajó en la estancia de Alsina y de allí lo recomendaron al patrón cuando era candidato a gobernador de la provincia. Todo indica que esto ocurrió alrededor de 1866, año en que Alsina fue electo, y seguramente antes de 1868, cuando dejó la gobernación para ocupar la vicepresidencia de la República. En aquellos días rivalizaban los clubes políticos de Alsina y Mitre, autonomistas y nacionalistas, vulgarmente llamados "crudos" y "cocidos". La clase dirigente bonaerense se escindió en estas dos tendencias cuando Mitre, triunfante en Pavón y ocupando la presidencia del país, pretendió "federalizar" bajo su mando la provincia. Alsina, abogado y jefe militar, hijo del prominente unitario Valentín Alsina, lideró la defensa de la autonomía, que permitió a la provincia retener la ciudad capital como propia, "hospedando" al gobierno nacional. Mientras Mitre se ocupaba de someter al interior y negociaba con Urquiza, los autonomistas expresaron la intransigencia bonaerense frente al caudillo entrerriano. Por otro lado, acogieron mejor que sus rivales a algunos ex dirigentes rosistas en sus filas y tuvieron mayor predicamento popular, aunque no llegaron a formular una alternativa de fondo al proyecto de Mitre. El autonomismo contó con jóvenes talentosos como Leandro Alem -hijo del mazorquero-, Dardo Rocha, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña, Aristóbulo del Valle y otros. Entre ellos, Adolfo Alsina surgió como líder por sus vínculos de familia y brilló por sus dotes de tribuno y orador. A pesar de las formalidades legales, el poder seguía disputándose por la fuerza. El voto "cantado" se pronunciaba de viva voz ante las mesas electorales colocadas en los atrios de las iglesias, y los bandos se desplegaban en torno a estos sitios preparados para pelear. Cuando un partido calculaba que iba perdiendo, era común que atacara la mesa para coparla e invertir el resultado. Mitre se apoyaba en el ejército nacional y contaba con los comandantes militares, mientras los alsinistas tenían de su parte a muchos jueces de paz; cada facción tenía sus matones, y en ambas había estancieros poderosos que podían arrear a sus peones al comicio. El mote de crudos, que se difundió a partir de 1863, fue al parecer una ocurrencia de sus rivales, por unos bandidos así llamados que en esa época andaban por la campaña [12]. En 1866 Alsina fue electo gobernador, y en 1868 volcó el apoyo de su partido para elegir a Sarmiento como presidente, obteniendo a cambio la vicepresidencia. El autonomista Emilio Castro completó el mandato inconcluso de gobernador y luego fue reelegido por otro trienio, de modo que el partido de Mitre quedó en la oposición, tanto en el orden nacional como provincial. Moreira acompañó fielmente a Alsina durante un tiempo y Gutiérrez cuenta que cuando sus servicios ya no eran necesarios decidió volver a su pago pues "se sofocaba en la ciudad", a pesar de las ofertas del caudillo para que se quedara con él. Como el gaucho rehusó aceptar dinero, Alsina le regaló un soberbio caballo y una daga que desde entonces llevó siempre consigo. Este arma, que se conservó en el Museo de Luján, es un enorme facón de pesada empuñadura y más de 80 centímetros de hoja, que da una idea de la fortaleza del dueño y de su terrible eficacia en la pelea. La desgracia del gaucho La desgracia de Moreira acaeció después, en una fecha anterior a 1869, en un paraje de Matanzas que hoy corresponde a San Justo, donde mató al pulpero genovés Sardetti, disputando por una deuda que éste pretendía desconocer. El juez de paz de la zona había actuado con parcialidad a favor del comerciante y, según el relato de Gutiérrez, el gaucho ya había tenido problemas con la policía, debido al hostigamiento de un teniente alcalde que codiciaba a su mujer. Moreira huyó hacia Saladillo y retornó poco después para vengarse de este sujeto, a quien el folletín nombra como "don Francisco", matándolo en un fiero encuentro. Aunque los detalles y personajes hayan sido coloreados por la imaginación del autor, el relato proviene sin duda de las fuentes populares y no se conservan las actuaciones judiciales que permitirían verificarlo. El gaucho huyó de la justicia dirigiéndose a Navarro, donde tenía muchos amigos. Sus anteriores patrones, los Correa Morales, que eran mitristas, le brindaron protección. Siendo juez de paz José Correa Morales, éste lo hizo nombrar sargento de policía en aquel distrito. Gutiérrez relata que el desempeño de Moreira fue ejemplar para asegurar la tranquilidad y acrecentó su fama entre el paisanaje. He aquí el caso reiterado del "gaucho malo" convertido en guardián del orden e imponiendo respeto a todos. Pero cuando el juzgado de paz cambió de titular, Moreira dejó ese empleo. Una causa judicial de 1869, la más antigua que se conserva en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, registra un incidente en Navarro, donde Moreira dió muerte en una pulpería al teniente alcalde Juan de Córdoba [13]. Del sumario surge que le infirió, si es que no hubo error en la cuenta, nada menos que 29 puñaladas. Los testimonios recogidos en el lugar dicen que el gaucho estaba "algo ebrio" y provocó al otro sin razón. Dadas las amistades políticas de Moreira y el cargo de la víctima, resulta dudoso que fuera un crimen gratuito, a pesar de la sospechosa insistencia del juez de paz sumariante en hacer constar reiteradas declaraciones de testigos sobre la falta de motivos del hecho. Solicitado por los dos bandos En ocasión de los reñidos comicios de 1872, cuando se enfrentaban las candidaturas de Eduardo Costa y Mariano Acosta para gobernador, Moreira fue solicitado por ambos bandos. La versión de Gutiérrez es que los autonomistas lo convencieron mediante una carta que le envió el doctor Alsina, y por lo tanto contribuyó al triunfo de Acosta. Estrada dice que actuó a favor del candidato de Mitre, inducido por su amistad con Correa Morales y los hombres del Club Constitucional de Navarro que encabezaba Modesto Moll. Gutiérrez relata que Moreira rechazó con soberbia el ofrecimiento que le hicieron de "romper todas las causas que se le seguían en Matanzas". Sin embargo, no parece lógico que desechara aquella oferta, y de haberla aceptado podría explicarse la pérdida de los expedientes de sus primeros delitos [14]. Los registros judiciales revelan que Moreira andaba en 1873 por los pagos de Rojas, haciéndose llamar Agustín o Santiago Blanco (Gutiérrez dice "Juan Blanco"). En aquel tiempo apareció por 25 de Mayo, protagonizando un alboroto en una jugada de taba que alertó a las autoridades sobre su presencia. Al día siguiente el sargento Patricio Navarro fue con dos agentes a prenderlo, Moreira los peleó, hirió al sargento y huyó robándoles un caballo y otras prendas. En la fuga, el gaucho perdió una papeleta de enrolamiento en la Guardia Nacional del Partido de Rojas, fechada en marzo de 1873, a nombre de Santiago Blanco. En las indagaciones subsiguientes, el juez de paz de Rojas encontró al verdadero titular de la papeleta, que portaba otra igual obtenida como duplicado. Era evidente que el paisano se la había dado o la negoció de algún modo con Moreira, y éste la utilizaba para disimular su verdadera identidad. El cotejo de ambos documentos mostró que la usada por Moreira había sido corregida en el renglón que consigna el color de piel, sobreescribiendo "blanco" donde decía "trigueño" [15]. Otras aventuras de Moreira El matrero huyó hacia el oeste y fue a refugiarse en las tolderías de Simón Coliqueo, en Nueve de Julio, cuyas huestes estaban a las órdenes del jefe de la frontera oeste. Gutiérrez pinta un cuadro grotesco de las tolderías, aunque Coliqueo no era tan bárbaro como podía parecer. Cabe observar que, como el último Hernández, Gutiérrez maltrata en su narrativa a los indios, enfatizando la rivalidad entre éstos y los gauchos. Sin embargo, según constatan las crónicas, los gauchos perseguidos acudían con frecuencia a convivir en las tribus. Después de una temporada, Moreira se marchó de allí de mala manera, con el dinero que le ganó al cacique haciéndole trampa a los naipes. Este es el único párrafo en que Gutiérrez admite la falta de escrúpulos del gaucho para apoderarse de lo ajeno, pero cabe pensar que no sería la primera vez que empleaba esas mañas para hacer algún dinero. Además de sus duelos ocasionales con algunos provocadores y de feroces choques con las partidas, en los que liquidó a varios hombres, las autoridades lo acusaron por otros delitos, como el degüello y robo a un italiano repartidor de pan en la campaña. Gutiérrez lo desmiente afirmando que Moreira no era ladrón, y explica que en aquella ocasión encontró al asaltante junto al carro y lo castigó, devolviendo el dinero a los bolsillos del caído. Tal versión se la habría referido el verdadero homicida, a quien Gutiérrez no identifica pero dice haber conocido en la Penitenciaría [16]. En el folletín, Moreira sufre después un golpe emocional al encontrar que su mujer y su hijo, creyéndolo difunto, vivían con un compadre suyo. Éste escapa a su furia vengativa, pero él sigue obsesionado por matarlo, hasta que, tras diversos incidentes, acepta alejarse de Navarro para no enfrentar al juez de Paz Manuel Marañón, con quien mantenía buenas relaciones. El prófugo era bienvenido en cualquier lugar y los paisanos lo encubrían. Existía un verdadero mito acerca de su invulnerabilidad, y muchos funcionarios y oficiales de la policía, por simpatía o por temor, eran renuentes a proceder contra él. Gutiérrez relata que Moreira solicitó en vano al comandante militar de Lobos "una papeleta de resguardo" que le facilitara sus movimientos. El gobernador Acosta había decretado en enero de 1873 que todos los habitantes de la provincia podían transitar "sin necesidad de licencia ni pase", pero probablemente las antiguas restricciones seguían aplicándose a capricho de las autoridades locales. El comicio violento de Navarro En 1874 Moreira actuó como cuchillero del partido de Mitre, en un escandaloso comicio que le dio notoriedad en la prensa e incluso en los debates parlamentarios. Paradójicamente, la cuestión del fraude en aquellas elecciones fue el motivo que invocaron los mitristas, después de haber sido derrotados, para levantarse en el movimiento revolucionario de setiembre del mismo año. Gutiérrez -proyectando quizás sus propios sentimientos en el biografiado- cuenta que Moreira no se hubiera jugado contra Alsina, pero sí contra la "desastrosa" candidatura de Nicolás Avellaneda, a la que se plegaron los autonomistas en oposición a la de Mitre. Avellaneda no era popular y su figura desmedrada era objeto de burlas; Sarmiento diría al transmitirle el mando que era "el primer presidente argentino que no sabe disparar una pistola". El caso es que, rechazando las ofertas del Comité Electoral de los avellanedistas de Navarro, Moreira ayudó al bando de Mitre a ganar la elección local para diputados nacionales del 1º de febrero, que se adelantaba en un par de meses a las presidenciales. El resultado fue favorable a los mitristas por 323 votos a 65. El día anterior al comicio, Moreira se batió con José Leguizamón, un matón de renombre, que murió a causa de las heridas una semana después. Gutiérrez relató un típico duelo criollo de características espectaculares, basándose en los recuerdos de Julián Andrade, que en esos días acompañaba a Moreira. Parece que Moreira lo agredió después de preguntarle si había sido mandado por don Carlos Echegaray (caudillo alsinista) para asesinarlo. Siguiendo las declaraciones de algunos testigos en el sumario, Nerio Rojas observa que lo mató "de modo cobarde", pues Leguizamón no portaba armas. Sin embargo, las actuaciones del juez de paz Antonio Benguria, quien reemplazó a Marañón -destituido a raíz del escándalo político-, evidencian la intención de perjudicar a Moreira: la manipulación fue tan grosera que se atestaron dos testimonios, de Carlos Abarrategui y Miguel Avendaño, literalmente idénticos del principio al fin, donde se afirma que, luego de increpar al rival y disparar con su compañero un par de trabucazos, Moreira "entró al almacén y dio de puñaladas a Leguizamón, quien estaba completamente inerme"; lo cual es poco creíble siendo éste un hombre de acción y en vísperas electorales [17]. Ante la queja de los autonomistas de Navarro, el gobierno provincial comisionó al inspector de policía Adolfo Cortinas, un veterano de caballería de la guerra del Paraguay "con fama de guapo", para que prendiera al temible matrero. Moreira esperó a la numerosa partida en la fonda principal del pueblo y, dejando a oscuras el local, burló a los vigilantes a trabucazos y puñaladas. En el sumario del hecho consta que participaron en el incidente, ayudándolo, varios miembros de la partida de plaza vestidos de paisano. Fue después de aquella batalla campal que el gobernador Acosta mandó intervenir al teniente coronel Garmendia, para destituir al juez de paz Marañón y hacerlo procesar junto a varios policías. Todos estos hechos se ventilaron en el debate de la Cámara de Diputados de la Nación, que anuló aquel comicio y los de otros distritos bonaerenses donde se habían cometido fraudes. La Comisión de Poderes, en base a la información requerida al gobierno de la provincia, llegó a la conclusión de que "la elección no ha podido realizarse libremente en el partido de Navarro", dadas las evidencias de que el juez de paz y la policía habían protegido a Moreira para "aterrar al vecindario" en favor de uno de los bandos. En la sesión donde se trató el tema, en julio de 1874, a pesar de reiteradas interrupciones de la barra rival que obligaron a desalojar al público, los diputados Elizalde y Alcobendas, voceros del mitrismo, defendieron la validez del comicio, tratando de desvincularlo de los antecedentes y hechos delictuosos del "bandido Moreira". Los miembros de la Comisión de Poderes les replicaron, y el diputado Derqui señaló las comprobaciones de que el "criminal conocido por Moreira se paseaba por el departamento de Navarro, alarmando constantemente a la población", mencionó las denuncias sobre connivencia de las autoridades locales con él -"hay algunos que dicen que vivía en la casa del mismo juez de paz" (Marañón)- y destacó que había actuado al frente de grupos de gente armada perturbando el acto de la votación [18]. El 6 de abril de 1874 Moreira había tenido un encontronazo con la policía, en el cual recibió una herida en el rostro y otra en la mano. El día 10 de abril, en Navarro, en vísperas de las elecciones presidenciales, él, su compañero de aventuras Julián Andrade o Andrada y tres sujetos más que lo seguían, ultimaron en su propia casa al estanciero José Melquíades Ramalhe o Ramallo y a uno de sus peones, por motivos que nunca se aclararon. Un testimonio recogido muchos años después por Estrada se refiere al mismo hecho, contando que "un francés de Navarro llamado Melquíades" se jactaba de que tomaría a Moreira vivo o muerto, y el gaucho al enterarse asaltó su rancho, donde el francés murió defendiéndose a tiros. En la causa judicial, los tres cómplices detenidos -pues el cuarto escapó- manifestaron que Moreira los reunió con el propósito de "matar a ese pícaro" sin explicarles el motivo. En el frondoso trámite posterior no se indagó la existencia de instigadores del crimen, aunque uno de los abogados defensores denunció la existencia de "influencias extrañas" que perturbaron la tramitación del proceso [19]. El final de Moreira y sus amigos En Lobos, el comandante militar Francisco Bosch, un alsinista declarado, y el capitán de la partida de plaza, Eulogio Varela, lograron ubicar a Moreira con la colaboración del "Cuerudo", un gaucho de mala vida que jugó el papel de Judas. Moreira frecuentaba la fonda y prostíbulo "La Estrella", donde tenía una preferida llamada Laura, y sus perseguidores lo encontraron allí desprevenido, la siesta del 30 de abril de 1874. El matrero cayó al fin frente a una docena de hombres armados, en aquel homérico combate cuyas escenas serían luego recreadas en el rito teatral incontables veces, y cuyo momento culminante era el bayonetazo del sargento Chirino atravesándolo contra el muro. Las heridas que presentaba su cuerpo eran tantas que el médico que practicó el reconocimiento se excusó de describirlas [20]. El mismo día a las ocho de la noche, en Navarro, una "comisión de vecinos" se presentó formalmente ante el jefe a cargo del destacamento de la Guardia Nacional pidiendo que se les entregara el cadáver para enterrarlo en esa localidad. Aunque la solicitud fue derivada al juez de Paz del vecino partido y no fue atendida -pues la inhumación se hizo en el cementerio de Lobos-, muestra la impresión popular que causó la muerte de Moreira y la intención de rendirle un homenaje póstumo como paisano de Navarro [21]. En esa oportunidad fue apresado también Inocencio Moreira, primo del matrero, que lo había recibido en su rancho la noche anterior y lo acompañó hasta La Estrella. Aunque luego fue puesto en libertad, Gutiérrez cuenta que Inocencio -a quien identifica erróneamente como hermano de Juan- fue enviado a servir por dos años en un batallón de línea. Tenía entonces 28 años, y seguramente es el mismo que, siendo en 1906 un veterano sargento de policía de 60 años, fue comisionado por el juez de San Nicolás Ramón S. Castillo (futuro presidente de la República) para una misión "reservada" muy especial: encontrar al verdadero asesino de una bolichera de Alto Verde, hecho por el cual estaba preso Guillermo Hoyos, el célebre Hormiga Negra. Inocencio Moreira logró esclarecer el caso y así salió en libertad aquel otro viejo matrero acusado injustamente. Una coincidencia de destinos por cierto novelesca, que Gutiérrez no vivía ya para contar [22]. Julián Andrade, gran amigo de Moreira, había sido sorprendido en un cuarto contiguo del prostíbulo y se entregó, aunque lo hirieron de gravedad cuando presuntamente intentaba escapar. Fue condenado a reclusión perpetua junto con otros dos maleantes, Mariano Benítez y Simón Ardiles, por haber secundado a Moreira en el asesinato de Ramalhe. Gutiérrez entrevistó a Andrade en la cárcel para documentar su folletín. A solicitud de varios vecinos de Mercedes, el gobernador Máximo Paz lo indultó en 1887 por su "conducta ejemplar", haciendo constar incluso que había expuesto su vida "concurriendo eficazmente a sofocar una sublevación en el presidio de Sierra Chica". Ciertos testimonios destacan su nobleza de carácter cuando era mayordomo de una estancia en Azul, allá por 1906, y dicen que murió muy anciano en Tandil, en 1928 [23]. En conclusión Parece claro que Moreira fue arrastrado por circunstancias injustas a una existencia marginal, y tuvo que ampararse en la "protección" de los caciques políticos rurales. Las leyendas crecieron en torno a sus duelos con las partidas, y la imagen clásica de gaucho perseguido le granjeaba la simpatía de los paisanos como a un típico bandido social. Sin embargo, en sus hazañas no se destacan gestos de solidaridad con los desposeídos. Sirvió de instrumento para la lucha de facciones políticas y las turbias maniobras del fraude electoral. Las causas judiciales por los crímenes que cometió sin motivo aparente, a pesar de las deficiencias y manipulaciones ostensibles de los expedientes, hacen presumir que eran asesinatos por encargo de sus protectores, que zanjaban las disputas por el poder local. Aunque la versión novelizada por Gutiérrez no es en rigor una reconstrucción historiográfica, fue certera respecto a los hechos centrales. No lo presenta como un defensor de los pobres ni un justiciero, sino como un hombre bravo, de sentimientos generosos, cuyos instintos se desbarrancaron por "la pendiente del crimen" debido a la saña con que se lo hostigó. Otros gauchos novelados por Gutiérrez, como Juan Cuello o los hermanos Barrientos, resultan mejor justificados como héroes románticos en lucha contra la autoridad. De todos modos, Moreira aparecía con cierta aureola de "vengador" en el sentido que observó Hobsbawm, aterrorizando y burlando a la autoridad de tal manera que brindaba a los campesinos una importante "gratificación psicológica", al demostrar que los de abajo también podían hacerse temer. En contra de la visión de Slatta de unas pampas fronterizas pobladas sólo por pastores errabundos, las investigaciones de historia social han puesto de resalto la variedad de ocupaciones de los pobladores. Los censos de mediados del siglo pasado en el partido de Lobos, hasta la época de las aventuras de Moreira, indican que más de la mitad de la población económicamente activa se dedicaba al menos parcialmente a la agricultura [24]. Fueran peones, pastores o chacareros, el repertorio folklórico de la región demuestra que estos paisanos añoraban y admiraban el estilo de vida independiente y bravío que caracterizó a los gauchos. Los matreros perseguidos por la ley continuaban esa forma tradicional de existencia, encarnando un ideal utópico de libertad, y la espontánea simpatía que suscitaron les proveía refugio en el seno de la población rural. Aquel reclamo de los vecinos de Navarro para rescatar el cuerpo de Moreira -dato que no aparece en el relato de Gutiérrez, pero surge inequívoco de la causa judicial- es un gesto colectivo que muestra hasta qué punto se lo consideraba como a un auténtico héroe gaucho. Así ha quedado su estampa en el imaginario popular, y sin duda ese mito es más fuerte que nuestros fundados reparos sobre el sentido de su desdichada aventura. Notas [1] Juan Moreira se publicó originalmente en el diario La Patria Argentina entre 1879 y 1880. Sobre la versión teatral, ver Guillermo Mc Loughlin, "Juan Moreira, de la arena a la gloria", en Todo es Historia núm. 15, julio 1968, y J. A. De Diego, "Rectificaciones en torno a Juan Moreira", en Todo es Historia núm. 171, agosto 1981. [2] Martín García Mérou, "Los dramas policiales" en Libros y autores (1886); Mariano G. Bosch, Historia del teatro en Buenos Aires (1910); Roberto F. Giusti, "Un folletinista argentino", en Literatura y vida (1939); Antonio Pagés Larraya, estudio preliminar, en Cuentos de nuestra tierra (1952). Ver Gerardo Brá, "Eduardo Gutiérrez, historia de una condena literaria", en Todo es Historia núm. 165, febrero 1981. [3] Angel Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses, Buenos Aires, CEdAL, 1982, p. 139-140. [4] Si Hernández había escrito un alegato por la muerte de Peñaloza, Gutiérrez escribió cuatro novelas históricas sobre El Chacho rescatando la épica gauchesca de las montoneras del noroeste; ver León Benarós, estudio preliminar a los libros de E. Gutiérrez El Chacho y Los montoneros, Buenos Aires, Hachette, 1960 y 1961. [5] Nerio Rojas, "El verdadero Juan Moreira", en El diablo y la locura y otros ensayos, Buenos Aires, El Ateneo, 1951. Se trata de una conferencia basada en los mismos expedientes que hoy se conservan en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (en aquel momento en el Archivo judicial de Mercedes). [6] E. J. Hobsbawm, Rebeldes primitivos, Barcelona, Ariel, 1968, cap. II, X-XII; y Bandidos, Barcelona, Ariel, 1976. Sobre la tesis revisionista, Anton Blok, "The Peasant and the Brigand: Social Banditry Reconsidered", Comparative Studies in Society and History, vol. 14, nº 4, septiembre 1972. Sobre la cuestión de las fuentes, Gilbert M. Joseph, "On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance", Latin American Research Review, vol. 25, núm. 3, Univ. New Mexico, 1990, cuyas observaciones motivaron el debate con varios latinoamericanistas norteamericanos en la misma revista, vol. 26, núm. 1, 1991. [7] Richard W. Slatta, "Images of Social Banditry on the Argentine Pampa", en Slatta (ed.), Bandidos: The Varieties of Latin American Banditry, Westport, Greenwood Press, 1987. [8] E. Gutiérrez, Juan Moreira, Buenos Aires, CEdAL, 1987, p. 16 y La Mazorca (Buenos Aires, J. C. Rovira, 1932). [9] J. A. de Diego, "El padre de Juan Moreira", en Todo es Historia núm. 86, julio 1974, aclara algunas confusiones y transcribe una carta de Mercedes López, madre del mazorquero fusilado, conjeturando que éste habría sido hijo natural de Custodio J. Moreira y padre de Juan Moreira. [10] Ver M. E. L. (Marcos de Estrada), Juan Moreira, realidad y mito, Buenos Aires, Imprenta López, 1959, p. 13-15. La atestación de su muerte en el Libro parroquial de Lobos dice "de 40 años aproximadamente" (ver op. cit., p. 127-128, nota 53). [11] M. E. L., op. cit., p. 9-22; León Benarós, "Eduardo Gutiérrez: un descuidado destino", estudio preliminar a El Chacho, Buenos Aires, Hachette, 1960, p. 10 y ss, p. 39 y ss. Sobre la carta que menciona Fray Mocho, M. E. L., p. 35. [12] Ver José María Rosa, Historia Argentina, Buenos Aires, Granda, 1969, t. 7, p. 50-52; Miguel A. Scenna, "Adolfo Alsina, el mito olvidado", en Todo es Historia Nº 127, diciembre 1977, p. 73. [13] Causa Nº 620 del Juzgado Criminal del Departamento del Centro, "contra el prófugo Juan Moreira por el homicidio del Tte. alcalde D. Juan de Córdoba" (AHPBA). [14] Ver Gutiérrez, Juan Moreira, cit., p. 72 y ss; M. E. L., op. cit., p. 27 y ss. El relato de Gutiérrez ubica en esa ocasión su duelo con el guapo Leguizamón, que en realidad ocurrió en las elecciones de febrero de 1874 (ver nota 17). [15] Causa criminal Nº 995 "por heridas a D. Patricio Navarro en 25 de Mayo"; original de la papeleta a fs. 118 (AHPBA). [16] Ver Gutiérrez, Juan Moreira, cit., p. 201-202. [17] Causa criminal Nº 996 contra Juan Moreira por varios delitos en Navarro (AHPBA), declaraciones idénticas a fs. 35-36 y 39-40. [18] Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, sesión 20 de julio 1874, Informe de p. 371-373 y debate p. 378-428; ver también Álvaro Yunque, "Estudio preliminar", en Eduardo Gutiérrez, Croquis y siluetas militares, Buenos Aires, Hachette, l956, p. 33-35, y Miguel A. Scenna, "1874: Mitre contra Avellaneda", en Todo es Historia núm. 167, abril de 1981. [19] Causa criminal Nº 997 contra Juan Moreira y otros, por resistencia la autoridad y asesinato en Navarro (AHPBA); escrito del abogado defensor Celedonio Mercado a fs. 337. El relato de A. Sarrailh en M.E.L., op. cit., p. 120, nota 22. [20] Causa criminal Nº 1216, contra Moreira Juan y Andrada Julián por resistencia a la autoridad (AHPBA). [21] Causa Nº 1216, cit., oficio de fs. 136. [22] Expediente Nº 5602, año 1902, Juzgado del Crimen de San Nicolás, procesado Guillermo Hoyo por la muerte de Lina Pensa de Marzo, relacionado con la causa a Martín Díaz Pérez por varios delitos (AHPBA, tomos II y III Hormiga Negra); ver declaración de Inocencio a fs. 337/339, cuya rúbrica y edad coinciden con los de su testimonio de 1874 en Lobos. [23] Ver M. E. L., Juan Moreira..., cit., y Marcos de Estrada, Apuntes sobre el gaucho argentino, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1981, p. 86-88, donde cita un testimonio de Alfredo Vitón; también León Benarós, op. cit., p. 43. [24] Ver José Mateo, "Población y producción en un ecosistema agrario de la frontera del Salado (1815-1869)", en Raúl Mandrini y Andrea Reguera, Huellas en la tierra. Indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense, Tandil, IEHS, 1993. |