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Severo Chumbita, jefe de las montoneras riojanas

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publicado en Todo es Historia Nº 541, agosto de 2012

El comandante Severo Chumbita fue uno de los jefes de las milicias de La Rioja en las guerras civiles de la década de 1860: el único que participó en todos los alzamientos y vivió para contarlo. Caudillo legendario de los pueblos descendientes de indios del norte riojano y el oeste catamarqueño, combatió junto al Chacho Peñaloza y Felipe Varela en defensa de la Constitución federal y por detener la guerra al Paraguay en nombre de la Unión Americana. Las represalias destruyeron sus posesiones y estuvo siete años en prisión, amenazado con la pena de muerte en un proceso que finalizó ante la Corte Suprema.

 

El reciente hallazgo de los expedientes judiciales fue la base de una investigación y un libro de Víctor Robledo y el autor de esta nota, La causa perdida del comandante Severo Chumbita, que presenta nuevas evidencias sobre la motivación de las rebeliones y el carácter de las milicias llamadas montoneras en las trágicas contiendas por la organización nacional.

 
 

De los pagos olivareros

            Severo Chumbita era nieto del último cacique gobernador de Aimogasta, José Francisco Chumbita, quien según tradición fue herido en los combates de las invasiones inglesas en Buenos Aires y murió en 1807. Aquel cacicazgo de origen incaico, anterior a la conquista, quedó al parecer vacante y se extinguió cuando la revolución abolió el sistema colonial [1]. Los pueblos de indios se habían ido integrando con las masas campesinas, que abrazaron la causa federal en los tiempos de Facundo Quiroga. Orencio Chumbita, hijo del cacique y padre de Severo, ejerció otra forma de autoridad como comandante de las milicias locales y patrono de la iglesia.       

            Severo era en realidad mestizo, pues su madre, María del Rosario Aliendre, era una criolla rubia. Nacido en 1820, fue el shulco (hijo menor) y único suce­sor, ya que sus hermanos falle­cie­ron a corta edad. El cura le enseñó las primeras letras junto con el catecismo. Era un joven alto y fuerte, que se hizo eximio jinete en los arreos de mulas de su padre, aprendió a dominar los secretos de la naturaleza y se ganó el respeto de los paisanos [2].

            Desde niño vivió la exaltación que suscitaban las hazañas del Tigre de los Llanos, y luego la terrible, la increíble noticia de que lo habían asesinado. El Chacho Peñalo­za, continua­dor de la fama del caudillo y comandante de armas de la provincia, tenía amistad con don Orencio y solía visitarlos. Aimogasta era la cabecera del departamento de Arauco, el más poblado de La Rioja, lindero con Catamarca, y sus milicias participaron en las frecuentes disputas políticas.

            Toda la región noroeste sufría la pérdida de los merca­dos del Alto Perú y los estragos de las guerras, y en 1840, cuando el Zarco Brizuela gobernaba la provincia, el descontento con el centralismo porteño fue aprovechado por los unitarios para arrastrar a los riojanos a la Coalición del Norte contra Rosas. Severo militó desde entonces en las huestes del Chacho.

            La Coalición fracasó y sus jefes perecieron, pero el Chacho no se rindió. Se refugió en Chile y de allá retornó a combatir en 1842 y 1845, con mala suerte. SIn embargo, volvió a tallar en La Rioja cuando Manuel Vicente Bustos, un astuto "federal tibio", consiguió su apoyo para el golpe que en 1848 lo impuso como goberna­dor. En los disturbios que siguieron, las milicias de los Chumbita en Arauco contribuyeron a consolidar el nuevo gobierno riojano.

 

La comandancia de Arauco

            En 1852 Rosas cayó y el gobierno de La Rioja respaldó el proyecto de Urquiza. Dictada la Constitu­ción Nacional, que Buenos Aires rechazó, Bustos terminó su mandato, se sancionó la Constitu­ción provin­cial y Peñaloza fue ascendido a gene­ral de la Confedera­ción.

            En Aimogasta, don Orencio falle­ció en 1856, y Severo lo reemplazó como comandante de Arauco. El cura Francisco Aguilar fue su amigo y consejero. En la cercana localidad catamarqueña de Chumbicha, la cuna de sus ancestros, que Severo frecuentaba por negocios, conoció a Rosaura Villafañe, hija de una familia de antiguos encomende­ros, y debió vencer la voluntad de su padre para que les permitieran casarse. Establecido su hogar en una finca de Machigasta, además de las seisniñas y un varón que tuvo con Rosaura, Severo reconoció como propio a un hijo de otra madre, Manuel Ambrosio, que se crió allegado a la casa.

            Además de la jefatura de las milicias y las funciones de juez de paz, Severo atendía la finca y el molino heredado de su padre, y acrecentó ese patrimonio con sus emprendimientos ganaderos y agrícolas. "Su pasión por los caballos era proverbial: criaba, compra­ba, vendía, organi­zaba cuadre­ras, y su versación era tan exhaustiva que mucha gente iba hasta Machigas­ta solamen­te para consultarlo". Generoso con los humil­des, les aconsejaba con "su manera sentenciosa de hablar" y arbitra­ba con prudencia en los pleitos vecinales [3]. El cargo de juez adquiría especial importancia por los problemas con los turnos de riego y la posesión de tierras, que en muchos casos los paisanos ocupaban sin títulos y les eran arrebatadas con artimañas legales por algunos terratenientes.

            En 1857, el ambicioso Bustos volvió a encumbrarse en la gobernación, y poco después Severo perdió su cargo de comandan­te. Lo cesaron por auxiliar, de acuerdo con el Chacho, un frustrado intento montonero en Belén (Catamarca) contra el gobernador urquicista Octa­viano Nava­rro (pariente de Rosaura) [4].

            Meses después, el cruel asesinato del caudi­llo sanjuanino Nazario Benavídez, a manos de los unitarios, movió a Peñaloza a incursionar en la provincia vecina. Es tradición que en esas andanzas, la brava montonera Martina Chapanay se sumó a sus filas y se vinculó con Severo Chumbita. 

            Bustos quiso deshacerse de los chachistas, pero éstos levantaron las milicias y en febrero de 1869 lo obli­garon a renun­ciar. Una asamblea popular colocó en la gobernación a Ramón Ángel, a instancias de su sobrino Carlos Ángel, joven minero que era comandante de Famatina. Fue un interregno desafortunado. Para congraciarse con los unitarios, pusieron de ministro a Justo Pastor del Moral y nombraron coman­dan­te de Arauco a Honora­to del Moral. Éstos eran adversarios de los Chumbita desde medio siglo atrás, cuando un abuelo de ellos, estan­ciero en San Antonio, practicó un desvío en el arroyo de Aimogasta para beneficiar su hacienda, despojando al pueblo de su recurso vital. El abuelo de Severo, como cacique gobernador, planteó en 1803 un litigio ante el virrey, y la cuestión del agua siguió siendo motivo de conflictos [5].

            En 1861, comisionado por el presi­dente Derqui, Peñalo­za intervino para arrestar a Ramón Ángel; se llamó a elec­ciones y designaron gobernador a otro hacen­dado de Arauco, Domingo Villa­fa­ñe. Severo fue repuesto entonces como comandante y ascendido a juez departamental.

 

La resistencia federal

            Los federales antagonizaban con los herederos de la aristocracia de la colonia, tachados de “unitarios” por su alineamiento con los centralistas porteños. A pesar de su gran fortuna, Facundo Quiroga, nieto de una india sanjuanina [6], se caracterizó como protector de los campesinos humildes, y sus sucesores eran, como Severo, medianos hacendados, en general de origen mestizo. El grupo de estancieros que encabezaban los Del Moral, descendientes de encomenderos, veían amenazados sus intereses por estos nuevos jefes de las masas rurales.  

            En vísperas de la Navidad de 1861, Severo celebró una fiesta tradicional “de baile y chupa” en su casa, a la que convidó por cortesía al vecino Daniel del Moral. Esa noche, la bebida encendió los ánimos, y cuando el invitado protestó al anfitrión por el manejo de los turnos de riego, se cruzaron palabras ofensivas. Severo “lo volteó de un sopapo”, y su tío, José Mercedes Chumbita, amagó con apuñalarlo. Aunque Del Moral fue a buscar una cuadrilla para desquitarse, parece que no consiguió suficientes hombres para atacarlos. Después escribió al gobernador Villafañe, narrando el incidente y anunciando su propósito de vengarse: “por desgracia de ellos he quedado vivo para perseguir­los hasta concluir con ellos, y asegurar mi existencia y tal vez la de V. E.” [7]

            En esos días llegaban noticias sobre el confuso desenlace de la batalla de Pavón, y cundía el desconcierto de los federales ante la retirada de Urquiza. A comienzos de 1862, los ejércitos de Mitre invadieron La Rioja para imponer un gobierno adicto. El Chacho llamó a resistir, y las milicias les dieron batalla.

            La capital fue ocupada por las tropas del teniente coronel Miguel Arredondo, que envió a Arauco una compa­ñía para batir las guerrillas del comandante Chumbita. En Aimogasta y Machigasta no pudieron hallarlo, y requisaron las reses y caballos de sus campos. Se decía que tenía poderes sobrenaturales para anticiparse a las maniobras de sus enemigos. Cuando cercaron e incendiaron los montes aledaños para capturarlo, él se escurrió, vestido de mujer, disimulado en medio de un grupo de paisanas [8].  

            El 20 de abril, Arredondo entró en Aimogasta preguntando dónde estaba Chumbita, sin que nadie le diera razón. Asesorados por los estancieros unitarios, atropellaron a las familias federales, y exigieron que el comandante se entregara. Ante la hostilidad general, Arredondo ordenó quemar las casas de Chumbita y todos sus partidarios. A pesar de los ruegos de la mujer de Severo, no le dejaron salvar sus pertenencias ni el nicho donde veneraban una talla de San José. Ardieron casas y sembrados en Aimo­gas­ta, Machigasta y Mazán. Días des­pués, el oficial catamar­que­ño Luis Quiroga volvió a prender fuego a lo que quedaba en pie. En Guaja hicieron lo mismo con la casa del Chacho [9].

            Uno de los ejecutores de estos hechos fue el joven capitán Carlos Mayer, vástago de una conocida familia porteña, cuya muerte causó impresión en Buenos Aires. Enviado a perseguir una montonera, sus soldados lo abandonaron en el ataque y cayó bajo las lanzas. Corrieron versiones de que se batió con Severo, y que el cielo lo castigó por quemar el San José del hogar del comandante [10].

            Los chachistas asediaron La Rioja durante varios días, hasta que Peñaloza ordenó la retirada. Los corone­les de Mitre habían diezma­do a los federales y devastado la provincia, pero no podían contro­lar el terre­no, y por el tratado de La Bande­rita (29 de mayo) reconocieron la autoridad del Chacho y la autonomía riojana. Fue entonces cuando Peñaloza devolvió a los oficiales que traía prisio­neros, y encon­tró que los coroneles no tenían a quién entregarle, pues habían matado a los suyos.

            Los invasores se retiraron, dejando una situación calamitosa: desquiciada la producción y consumidos los ganados, había que asistiar a las familias de las vícti­mas hundidas en la miseria. Los federales controlaban el gobierno, pero sus adversarios conspiraban.

 

La guerra social

             En marzo de 1863 nombraron gobernador a un “chachino”, Bernabé Carrizo, y Peñaloza se lanzó a la insurrección, con la expectativa de que Urquiza se pusiera al frente. Francisco Clavero se alistaba para entrar a Mendoza desde Chile. Lucas Llanos, los hermanos Ontive­ros y Puebla se levanta­­ron en San Luis y avanza­ron hacia las sierras cordobe­sas. Felipe Varela y Chumbita se aprestaron a marchar sobre Catamarca.

            El joven Tristán Díaz alzó una montonera en Famati­na, copó Chilecito y apresó a las familias adineradas para obtener recur­sos por su rescate. El movimien­to adquiría tintes de lo que Sarmiento llamó la guerra social, la rebelión de los pobres de la campaña contra la clase propietaria.

            En Arauco, Severo movilizó las milicias y requirió contribuciones a los vecinos pudientes. Los Del Moral, en la estancia de San Antonio, rechazaron sus exigencias, y una partida encabezada por el capitán Merce­des Chumbita procedió a tomar prisioneros a Honora­to y Daniel Del Moral y a Francisco Sotoma­yor, y los pasaron a degüello en un monte cercano [11]. 

            Chumbita, Varela y Carlos Ángel entraron a Catamarca, convergiendo con el caudillo local Nicolás Agüero. Chumbita sitió y tomó la localidad del Fuerte de Andalgalá. Pero los ejércitos de Tucumán y Santia­go del Estero acudieron para sostener al gobierno catamarqueño y repelieron a los federales. El santiagueño Manuel Taboada, con mil hom­bres, persi­guió a las fuerzas en retira­da, hasta La Rioja. El gobernador Berna Carrizo salió de la ciudad a unirse con Ángel y Chumbi­ta y presen­taron batalla en el arroyo Mal Paso (4 de mayo), pero Taboada los venció y ocupó la capital.

            Severo había tenido un entredicho con Ángel por las requisas que éste ordenara en Catamarca, y luego su actuación fue motivo de discusiones en el campamento del Chacho, por lo que decidió retirarse a defender Arauco [12].

Entretanto, Mitre había designado director de la guerra a Sarmiento, a la sazón gobernador de San Juan, dándole instrucciones de “hacer en La Rioja una guerra de policía"; "decla­ran­do la­dro­nes a los montoneros sin hacerles el honor de conside­rarlos como partidarios políti­cos ni elevar sus depre­daciones al rango de reac­ciones, lo que hay que hacer es muy sencillo" (30 de marzo de 1863).  

            Sar­miento decretó el estado de sitio en La Rioja ─exceso que el ministro de guerra Rawson desautorizó después por inconstitu­cio­nal─ y mandó a los jefes uruguayos “colorados” Sandes y Arredondo, anunciando en una proclama (6 de mayo de 1863) que llevaban "orden de prender a Peñalo­za, Chumbi­ta, Ángel, Potrillo, Varela, Lucas Llanos, Puebla, Ontive­ros, Tristán Díaz, Agüero, Berna Carrizo y los que sean autores de críme­nes comproba­dos". Ins­truyó además a Arredondo para "apre­hender a los asesinos de los Moral y otro vecino dego­lla­do, proce­diendo ejecutiva­mente contra los que resul­ta­sen criminales" [13]. Era una sentencia de muerte para los jefes montoneros, y en particular para los Chumbita.

 

Una cadena de venganzas

            Arre­dondo entró a sangre y fuego en la ciudad de La Rioja, donde puso en la gobernación a Bustos. Pidieron ayuda a Catamarca para proceder contra Chumbita, y de allá vino con sus tropas Melitón Córdoba, un decidido mitrista, que asentó su campamen­to en la estancia de San Antonio y nombró comandante interino del Departamento a Justo Pastor Del Moral. El 3 de junio empezaron por ahorcar al capitán Víctor Romero, achacándole la muerte del porteño Mayer.

            Días después, apresaron a Mercedes Chumbi­ta, con su madre y su mujer. Llevado a Aimo­gasta, lo torturaron e interrogaron. La primera pregunta del breve sumario instruido era cuánto dinero le dio Severo al cura Aguilar para que le guarda­ra. Merce­des negó saber tal cosa. A la capciosa pregunta de "con qué órdenes asesinó a los señores Del Moral y Sotoma­yor", respon­dió "que no sabía si tuvo o no orden". Sobre el paradero de Severo, declaró "que debía estar en las estan­cias de Londres". También manifes­tó, según el acta, que el Chacho había aprobado la muerte de los Del Moral y Sotomayor 14].

            El 12 de junio, Del Moral infor­maba al gobernador Bustos que "a las 10 de la mañana manda­mos a ejecutar a lanza con el Sr. coronel Córdoba al memorable Mercedes Chumbi­ta, y puesto en la horca en el sitio donde este bandido mandó degollar a los señores Del Moral y Sotomayor". En la misma carta exponía su propósito de reorganizar las milicias del departamento: “es de lo que me ocuparé después de escarmentar a los rebeldes del Cacique Chumbita, que aún nos circunvalan en pequeñas frac­ciones arma­das, sin poder hasta hoy pescarlos a pesar de la actividad con que se les persigue” [15].

            A otro familiar, Juan Simón Chumbi­ta, lo buscaron hasta que lo sorprendieron meses después, en Machigasta, y fue lanceado en el acto [16] . Pero Del Moral no pudo cumplir su propósito de concluir con las montoneras, pues el 14 de septiembre cayó en manos de una de ellas y lo ejecutaron. Severo reagrupó a sus hombres en Belén y siguió dando pelea, en repetidos ataques contra los “collarejos” [17].

            En el oeste de La Rioja, Varela y Ángel tuvieron que huir hacia la cordillera. Peñaloza, vencido en Córdoba y en San Juan, se replegó a los Llanos, donde el 12 de noviem­bre lo asesina­ron en Olta. Pablo Irrazábal mandó decapitarlo, cortar­le una oreja como trofeo y plantar una pica con su cabeza. Sarmiento lo justificó: “He aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se hubieran aquietado en seis meses [18].

 

La cruzada de la Unión Americana

            Severo reapareció tres años después, junto a Felipe Varela, en la revolución de “la Unión Americana”, buscando detener la guerra al Para­guay y producir un vuelco políti­co en los países del Plata. En aquel momento se agitaba en las ciudades del continente la red de asociaciones patrióticas que proponía un congreso y un frente de las repúblicas sudamericanas ante las agresiones de Inglaterra, Francia y España en México, el Caribe y el Pacífico [19].

            La Triple Alianza de Mitre, haciendo causa común con el Imperio esclavista brasileño contra la república paraguaya, era impopular en el inte­rior, y los contingentes de “voluntarios” se sublevaban en casi todas las provincias. En La Rioja, Aurelio Zalazar formó una montonera liberando dos pique­tes de reclutas.

            En noviembre de 1866, la "re­volu­ción de los colora­dos" tomó el poder en Cuyo, encabezada por el Dr. Carlos Rodríguez en Mendoza, Juan y Felipe Saá en San Luis y el general Juan de Dios Videla en San Juan. Esperaban un movimiento similar en Córdoba, e incluso en Entre Ríos si Urqui­za no se decidía.         

            Felipe Varela, con apoyos en Chile y en Boli­via, cruzó los Andes en diciembre con un puñado de argentinos y chilenos, lanzando su proclama: "Compa­trio­tas: ¡A las armas!" "Nuestro programa es la práctica estric­ta de la Consti­tución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Para­guay y la unión con las demás repúblicas america­nas". 

            Una revuelta en La Rioja (2 de febrero de 1867) llevó al gobier­no al médico Francis­co Álva­rez, sustituido luego por Carlos Ángel. Chumbita nombró capitán a su hijo Ambrosio y lo mandó a recuperar el escuadrón de Arauco, que el comandante Escipión Dávila se avino a entregarle con armas y bagajes [20].

 

El levantamiento de Catamarca

            Severo convocó a sus amigos para sublevar Cata­marca, donde el comandante de armas y virtual dictador era entonces Melitón Córdo­ba. Nicolás Agüero operó en el valle de Ambato, y Francis­co Magar­zo en el oeste [21].

            En Pomán, la mañana del 20 de febrero, un capitán enviado por Severo leyó la proclama varelista en el cuartel de milicias. Vivando a Varela y Chumbi­ta, repusieron a Juan Fran­cisco Nieva como comandante y se apoderaron de la villa. En la madrugada si­guiente una partida tomó el cuartel de Saujil y regresó con más de cien hom­bres, armas y pertre­chos. El batallón de Severo, engrosado con los catamar­queños, se reu­nió en Los Sauces con el del coronel chileno Estanislao Medina, a quien Varela había encomendado la jefatura por su experiencia militar. Eran unos 800 en total.

            Mientras, Melitón Córdoba marchaba practi­cando exacciones, levas forzosas y casti­gos, hasta Tinogasta. Allí se atrincheró, con su lugarte­niente Luis Quiroga (el que había incendiado los restos de la casa de Chumbita). Por instancia de Nieva y Chumbita, Medina resolvió atacarlos.

            Severo formó la vanguar­dia y llegaron a la villa el 4 de marzo, lunes de carna­val. Melitón tenía más de 500 soldados, que habían estado "cha­yando" y bebiendo de más. Medina lo invitó a batallar en el campo, para evitar daños a la población, pero no tuvo respues­ta.

            Pasado el mediodía embis­tieron las barricadas. Tras inten­sos comba­tes, tomaron la plaza, pasando sobre el cadáver de Melitón, a quien un tiro le partió la cabeza. A Luis Quiro­ga, los montoneros “beliches” (de Belén) lo pillaron huyendo y lo remitie­ron a Medina, que lo hizo fusilar. Los cadáveres de ambos jefes fueron arrastrados a la cincha y sepultados en un médano [22].

            Severo se disgustó con Medina por algunos saqueos que perpetraron las tropas, hizo devolver los efectos sustraídos por los suyos y se retiró a sus pagos, desde donde se comunicó con Varela para aclarar lo ocurrido [23].

 

Pozo de Vargas

            A fines de aquel terrible verano de 1867, las tropas de Chumbita se reunieron con las de Varela, Medina y los laguneros sanjuaninos que comandaban Sebastián Elizondo y Santos Guayama. A la vez, tres divisiones de ejército entraban en La Rioja, al mando del santiagueño Antonino Taboada, ocupando sin resistencia la capital. Varela resol­vió ir a enfrentarlos. Había reunido una fuerza de más de 4.000 hom­bres, superior en número a sus oponen­tes; pero les faltaba armamento, y tras un penoso trayecto llega­ron a destino exhaus­tos y sin agua.

            En Las Mesillas encontraron las represas secas: Carlos Ángel había obtenido garantías de Taboada para desertar, y los traicionó informándoles mal [24]. Al día siguiente (10 de abril), Varela ordenó avanzar a la ciudad, pensan­do saciar la sed de hombres y bestias en el Pozo de Vargas, pero sus adversa­rios les ganaron de mano, esperándolos en aquel lugar.

            El ala izquierda de la caballería la comandaba Chumbita, la del centro Medina y la derecha Elizondo. A las dos de la tarde, tras un disparo de cañón, arremetieron dispersando la caballería enemiga. “¡A la carga, a la carga, dijo Chumbita!”  según reza una versión de la zamba de Vargas [25]. Pero su columna no pudo avanzar por el terreno fragoso, y Varela le encomendó entonces tomar la ciudad.

            Cuando Severo retornó al campo de batalla, tras encarnizados ataques y contraa­ta­ques, el ejército montonero se había desbandado. Al caer la noche se descargó una lluvia, aliviando tardíamente a los sedientos.

            Taboada cobró su victoria con tres días de saqueo. Entretanto, Saá y Videla habían sido derrotados, y Urquiza nunca se pronun­ciaría, de modo que la revolución estaba perdida. Sin embargo, Varela decidió seguir peleando.

            Severo quiso poner a su familia a resguardo de las previsibles represalias. Antes de que arreciara el invierno, cruzó a Chile a lomo de mula con Rosaura y los hijos: Rosario, Severa, Benicio, Antonia, Virginia, Margarita y Vicenta. Pasaron fríos tremendos, al punto que dos de las niñas casi se congelan. Severo encendió fuego para reani­mar­las, y como último recurso mató una mula para abrigar a la menor al calor de las entrañas del animal [26].

 

Los últimos combates

            Felipe Varela había logrado rehacerse, ganando un par de comba­tes en San Juan, y marchó al norte acompañado por Elizondo, Guayama y Ambro­sio Chumbita. Entraron en Salta y Jujuy, persegui­dos por la división de Octaviano Navarro, y terminaron refugiándo­se en Bolivia, donde el presidente Melgare­jo respaldaba la entente de La Unión Americana [27].

            A comienzos de 1968, mientras las montoneras aún campeaban en el interior de La Rioja, la renova­ción presi­den­cial provocaba disensio­nes entre los liberales. Arre­dondo, operador de la candidatura de Sarmiento, aliado con el grupo del senador Abel Bazán y el abogado Félix Luna, conspiraba contra el gobernador Cesáreo Dávila ─sostenido por los Taboada─ y en una racha de golpes y contragolpes lo derrocaron, no una sino cinco veces. La penúltima vez, en abril del 68, don Cesáreo pidió auxilio a Chumbi­ta, con la promesa de rehabilitarlo, y las montoneras de Arauco lo reinstalaron en el gobierno por un corto lapso. Al cabo, la facción de Arredondo se afirmó en el poder y volcó los votos de los electores riojanos para Sar­miento [28].

            En agosto de 1868, las montoneras de Elizondo sitiaron la ciudad de La Rioja y la ocuparon por más de un mes, reponiendo a Severo en la comandancia de Arauco. Sarmiento, en vísperas de subir a la presidencia, clamaba contra los últimos combatientes: “Chumbita, Elizondo, Varela y otros montoneros se levantan, queriendo cambiar el orden político de la República… ¿Qué se ha hecho hasta ahora para ir hasta la fuente del mal y curar la enfermedad?” [29]. El gobier­no nacio­nal encomendó intervenir a Octaviano Navarro, quien ofreció una amnistía a los rebeldes y logró que se disolvieran. 

 

Juicio a los vencidos

            La amnistía, aunque ratificada por el Congreso Nacio­nal, no benefi­ció a todos. Octaviano se la negó a Severo y Ambrosio, que debie­ron huir. Tampoco perdonaron a Aurelio Zalazar, que fue juzgado y fusi­lado [30]. A Ambrosio lo capturaron y lo sentencia­ron a muerte, pero en 1870 se escapó de la prisión [31].

            La última arremetida de Felipe Varela por Salta fue desbaratada por Roca en 1869, y murió en Chile en ju­nio de 1870. Severo seguía prófugo. Cuentan que se ocultaba en las tolderías de Trampa­sacha y en los Bañados del Pantano. En esos días se publicó la noticia de que había sido captu­ra­do y fusila­do con algunos compañeros, pero se trataba de un error: ninguno de los muertos era él.

            Casi todos los jefes de la lista de Sarmiento habían caído. Faltaba Severo. El capitán Nieto lo sorprendió en su hogar el martes 13 de octubre de 1871, lo remitieron a La Rioja y lo engrillaron en la cárcel.

            Procesado ante el Juzgado federal, el fiscal ad-hoc Félix Luna le pidió la pena de muerte por la rebeliones de 1862 y 1863, los homici­dios de los Del Moral y de tres militares, la rebe­lión de 1867, el saqueo a Tino­gas­ta, las exac­ciones a particulares y reclutamientos forzosos. Severo negó haber ordenado aquellas muertes, afrontó de su peculio el resarcimiento a varios vecinos, explicó que el reclutamiento era voluntario, y en cuanto al pillaje en Tino­gasta, había devuelto los efectos a su superior Medina, lo cual era confirmado por otras declaraciones en la causa. El abogado defensor, Guillermo San Román, recordó que el alzamiento de 1862 había sido contra un gobierno de facto, destacó los ataques que arrasaron el hogar y propiedades del acusado, e invocó los testimonios obrantes en autos de que él desaprobó el degüello de los Del Moral.  

            El juez Mardoqueo Molina se declaró incompeten­te para juzgar los hechos anteriores al establecimiento de la justicia nacional en 1863, pero conside­ró que "Severo Chumbita fue uno de los caudi­llos principa­les que, con el título de coronel, contribuyó poderosamente al movimiento revolu­ciona­rio que encabe­zó Felipe Varela", y lo sentenció en noviembre de 1873 por rebelión y delitos conexos, a diez años de destie­rro y una multa de 2.000 pesos fuertes.

            Apelada la sentencia, la causa pasó a la Suprema Corte, que presidía  Salvador M. del Carril (el mismo que instigara a Lavalle a fusilar a Dorrego). El procurador fiscal, el veterano unitario Francisco Pico, reiteró el pedido de la pena máxima. En esos días de 1875, al reeditarse el libro de José Hernán­dez sobre el Chacho, La Tribuna ─el diario de los unitarios Varela─ afirmó que si un día recibían la noticia de que el monto­nero Chumbita había sido pasado por las armas, repeti­rían lo que doce años antes escribieran a propó­sito de la muerte de Peñaloza: "Séale la tierra pesada". Hernández les replicó en La Liber­tad y recordó el episodio en el que, bajo el gobierno de Sarmiento, creyendo matar a Chumbita, fusilaron “por equivoca­ción” a varios ciudadanos inocentes [32].

            Pero el Congreso había dictado una amnis­tía, cuyo propósito era beneficiar a Mitre y sus seguidores por la rebelión contra Sar­miento de 1874. La ley era tan amplia que alcanzaba a Chumbita, y la Corte mandó sobreseerlo por rebelión, aunque decidió que seguía en pie la acusación por los delitos no políticos, incluso con retroactividad a la instalación de los tribunales nacionales.

            La causa volvió a La Rioja, donde el juez lo sentenció a diez años de presidio y trabajos forzados, por las muertes de los Del Moral, más las costas del juicio. Otra vez se apeló a la Corte, presidida ahora por José Barros Pazos (el ex abogado defensor de los asesinos de Facundo) e integrada por Saturnino Laspiur (ex convicto por el asesinato de Nazario Benavídez). Tras un dictamen fiscal de Carlos Tejedor, la Corte confirmó el fallo en octubre de 1876, considerando que Mercedes Chumbita había sido el ejecutor como subalterno de Severo, por lo cual “el procesado fue, si no autor principal, por lo menos cómplice e igualmente responsable con Mercedes de dichos asesinatos” [33].

 

Morir en Chumbicha

            Ante un petitorio firmado por los vecinos de La Rioja ─incluso muchos de sus antiguos adversarios─, el presidente Avellaneda indultó a Severo, que salió en libertad en agosto de 1877 [34]. Aunque los años de prisión lo habían enfermado y avejentado, de vuelta en Aimogasta con su familia, pudo arreglar sus asuntos patrimoniales y vivir en paz los últimos días.  

            El general Roca, que había sido uno de los represores de los levantamientos riojanos, próximo a ser electo presidente, le envió su retrato con una dedicatoria, invitándolo a bajar a Buenos Aires para conferirle un grado militar y "resarcirlo de los desmanes que sufrió en su hacienda". Sus familiares recordaban que Severo respondió: “Si él quiere verme, a la misma distancia estamos” [35].

            Visitando con Rosaura la zona de Chumbicha, donde tenían amigos y parientes, falleció en Miraflo­res, el 12 de octubre de 1880, y fue enterrado en Aimogasta. Allí proliferaron sus descendientes y se mantiene su leyenda entre los paisa­nos. Desde 1973, los productores olivareros levantaron su nombre como emblema en las movilizaciones por la reivindicación de sus derechos, y otras generaciones rescataron la memoria de aquellas cruzadas quijotes­cas junto al Chacho y Varela, como un legado que el tiempo no ha podido mellar.

 

    

 Notas

[1] Adán Quiroga, Calcha­quí (ed. comentada por Rodolfo Raffi­no), Buenos Aires, TEA, 1992. Armando Raúl Bazán, Historia de La Rioja, Buenos Aires, Plus Ultra, 1992, p. 46 y 222. Manuel Gregorio Mercado, "Severo Chumbi­ta", en diario El Inde­pen­diente, La Rioja, 9 de julio de 1977. Luis Fernández Zárate, "Severo Chumbita, el montone­ro de Arau­co", en revista El Tony, Buenos Aires, 1973. Partidas parroquiales de Aimogasta.

[2] Víctor H. Robledo, El montonero Severo Chumbita, La Rioja, Cangu­ro, 1998. Juan Aurelio Ortiz, "El coronel montonero don Severo Chumbita", notas en diario El Zonda, La Rioja, 6 al 13 de octubre de 1953.

[3] Testimonio de Mario Brizuela a M. Bravo Tedín, en Roberto Rojo, Héroes y cobardes en el ocaso federal, Buenos Aires, Comfer, 1994, p. 40-41.

[4] Robledo, op. cit., p. 83-88. Fermín Chávez, Vida del Chacho, Buenos Aires, Guadalupe, 1974, p. 46 y ss.

[5] M. G. Mercado, op. cit.

[6] Sobre la ascendencia de Facundo y su abuela Isabel, ver Lucrecia Devoto Villegas, “Quiroga”, en revista Genealogía, N° 17, Buenos Aires, 1977, p. 31-32.

[7] Papeles de Domingo A. Villafañe, carpeta Nº 8, documento nº 1-2, Archivo Histórico de La Rioja.

[8] Ortiz, op. cit. Tradición oral: Ramón Reyes Quintero (2003).

[9] Marcelino Reyes, Bosquejo histórico de la provin­cia de La Rioja, 1543-1867, Buenos Aires, Cattáneo, 1913, p. 185. Ricardo Mercado Luna, Los corone­les de Mitre, Buenos Aires, Plus Ultra, 1974, p. 70-71 y 103. Chávez, op. cit., p. 69-70. Ramón Gil Navarro, Actor, testigo y mártir, Córdoba, Lerner, 1984. Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo, Buenos AIres, Prometeo, 2007, p. 211.

[10] “Sumario contra Severo Chumbita por sublevación”, Nº 1391, Juzgado Nacional de Sección de La Rioja,1869, fs. 18 y ss. Reyes, op. cit., p. 184. Ortiz, op. cit. Fé­lix Luna, Los caudillos, Buenos Aires, Planeta, 1990, p. 219-220. De la Fuente, op. cit., p.. 211-212. Navarro, op. cit., 81-82.

[11] “Sumario contra Severo Chumbita por sublevación”, fs. 23 y ss. Robledo, op. cit., p. 115-116. Salvador de la Colina, Crónicas riojanas y catamarqueñas, Buenos Aires, Lajouane & Cía., 1920, p. 26.

[12] “Sumario contra Severo Chumbita por sublevación”, fs. 15 y ss.

13] Sarmiento, El Chacho, último caudillo de la montonera de los Llanos [1870], transcribe su proclama y la carta de Mitre del 30 de marzo. Instrucciones a Arredondo, en Dardo de la Vega, op. cit., p. 281.

[14] Revista de la Junta de Historia y Letras de La Rioja, Año II, Nº 4, p. 50.

[15] De la Vega, op. cit., p. 289.

[16] M. G. Mercado, op. cit. Revista de la Junta de Historia... cit., Año III Nº 4, p. 96-97.

[17] De la Vega, op. cit., p. 290 y 296. “Sumario contra Severo Chumbita por sublevación”, cit., fs.16-17.

[18] Carta de Sarmiento a Mitre del 18 de noviembre de 1863, en Archivo Mitre.

[19] Colección de ensayos y documentos relativos a la unión y confederación de los países sud-americanos, 1867. Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, Felipe Varela contra el Imperio Británico, Buenos Aires, Schapire 1975, cap. II. Fermín Chávez, El revisionismo y las montoneras, Buenos Aires, Theoría, 1966, cap. VI.

[20] Causa “Procurador Fiscal contra Escipión Dávila por complicidad en rebelión”, 1867, Archivo de la Justicia Federal de La Roja (AJFLR).

[21] Gerardo Pérez Fuentes, "Repercusión en Catamarca de la revolu­ción varelista", en Raúl Bazán y otros, Felipe Varela. Su historia, Buenos Aires, Plus Ultra, 1975.

[22] Reyes, op. cit., p. 219. Luna, op. cit., p. 205. Robledo, op. cit., p. 154-155.

[23] “Sumario contra Severo Chumbita por sublevación”, fs. 19 vta-20 vta y declaración de Nieto, fs. 29 vta.

[24] Ver H. Chumbita, “Carlos Ángel, el riojano traidor”, en Todo es Historia Nº 465, abril de 2006.

[25] Fermín A. Anzalaz, Los montoneros en Pozo de Vargas, La Rioja, Biblos, 1969. Según la leyenda santiagueña, Taboada hizo tocar esta zamba en la batalla; otras versiones sostienen que era una zamacueca de los federales, apropiada luego por los vencedores.

[26] Declaración de Ambrosio, en Pedro de Paoli y Manuel G. Mercado, Proceso a los monto­ne­ros y guerra del Paraguay, Buenos Aires, Eudeba, 1973, p. 153-158 (donde por error atribuyen la declaración a otro hijo inexistente de Severo). Testimo­nios de Felisa Romero (1968) y de Elba de De la Fuente (2003).

[27] Francis­co Centeno, Viru­tas histó­ricas (1810-1928), Buenos Aires, Jesús Menéndez, 1929, tomo 2º, p. 66, 67-68, 71, 91, 124. Ver H. Chumbita, "Los rebeldes de Santos Guayama", en Todo es Historia Nº 268, marzo de 1998.

[28] Reyes, op. cit. F. Luna, De comicios y entreveros (La Rioja 1867-1874), Buenos Aires, Schapire, 1976.

[29] Discurso de septiembre de 1868, en Sarmiento, Obras completas, cit., t. XXI, p. 192.

[30] Carta de Octaviano Navarro del 20 de mayo de 1869, en F. Centeno, op. cit., p. 172. “Causa criminal de oficio contra Aurelio Zalazar”, 1866, AJFLR. Fa­llos de la Suprema Corte de Justicia Nacio­nal, Buenos Ai­res, tomo 7º, p. 356 y ss.

[31] Rojo, op. cit., p. 179 y ss. De Paoli y Merca­do, op. cit., p. 148-204.

32] La Tribuna, 24 de setiem­bre de 1875, y La Libertad, 26 de setiembre de 1875, cit. por Fermín Chávez, José Hernández, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973, p. 110-111.

[33] “Sumario contra Severo Chumbita por rebelión y otros crímenes”, Nº 1390, 1872, Juzgado Nacional de Sección de la Rioja. Fallos de la Suprema Corte de Justicia Nacional, tomos 7° y 8°, 1869-1877.

[34] “Chumbita Severo sobre excarcelación”, 1877, Expte. N° 3, Letra C, AJFLR.

[35] Robledo, op. cit., p. 173-174. Testimonios de Olímpidez Brizuela yJavier Bóveda (1997), y Marina De la Fuente (2007).

ARAUCO

            En el partido de Arauco, la franja del norte riojano, Machigasta y Aimogasta eran originalmente dos aldeas indias muy próximas, y en las inmediaciones surgió la villa de Arauco, habitada por criollos, negros y mestizos. Andando el tiempo, las tres localidades se unificaron en la actual Aimogasta. El topónimo Arauco, indicativo de un remoto asentamiento araucano, testimonia la vinculación de esta región con Chile. En 1683, cuando la vieja ciudad de Londres fue trasla­dada para fundar Catamar­ca, Chumbi­cha pasó a esa juris­dicción, privan­do a La Rioja de la que se consi­deraba entonces "su mejor parte". En compensación, el valle de Aimo­gas­ta pasó a depender de La Rioja. Pero la histo­ria abori­gen y los paren­tes­cos entrelazaban la vida de aquellas poblaciones, desde Tinogas­ta y Belén hasta Chumbicha (ver mapa), donde tradiciones y artesanías ancestrales provenían de la avanzada cultura de La Aguada. Además, todas estas locali­da­des se situaban en las rutas del comercio trasandino con el área minera de Copia­pó.

            En los siglos de la colonia, los campesinos indios se fueron acrio­llando y mestizando. Como en toda la región del Tucumán, fue sensible su declinación demo­grá­fica. En 1814 la provincia de La Rioja tenía unos 14.000 habitan­tes, de los cuales un tercio figura­ban como "espa­ñoles ameri­ca­nos" y sólo 3.178 como indios, que eran no menos de 20.000 al momento de la con­quista. En una alta propor­ción habían sido absor­bi­dos ya por el mestiza­je, al cual contribuyó también la gran masa de negros libertos o fugados de otras provincias norteñas.

            En el valle de Aimogasta, de clima seco y ventoso, los ojos de agua del bordo y el arroyo permitían regar los cultivos, viñedos, olivos, maíz, trigo, alfalfa para el ganado y variados frutales. Pero la guerra entre los herederos de los conquistadores y los conquistados continuaba por otros medios. Los estancieros, con o sin derecho, avanzaban sobre los terrenos y les disputaban el agua, que allá valía tanto o más que la tierra.

 

LOS PODERES DE SEVERO

            El mayor elo­gio a Severo Chumbita era la leyenda de que "le quitó el freno a la mula ánima". Esta mula fantasmal que devoraba a sus vícti­mas, era un mito muy difundido en Cata­marca y La Rioja, donde la pintaban echando fuego por las fauces, sembrando el terror con sus relin­chos y el ruido de herrajes y cadenas. Había sido una mujer casada que, por tener amores con un cura, fue conde­nada a transfor­marse en bestia en horas de la noche y vagaba buscan­do quien le quitara el freno para recupe­rar su figura humana; sólo podía hacerlo, a riesgo de su vida, alguien con gran dominio de sí mismo.

            Cuentan que los sueños premonitorios de Severo le permitían antici­par­se a los hechos, y mirando el fuego en sus campamentos adivinaba los movimientos de los enemigos. "Dicen que era vidente" explicaba doña Felisa Romero, una de sus nietas. "Lo que él veía se producía después de verdad". "Una vez estaba en su casa y tuvo el presen­timien­to de que venía una partida a buscarlo. Llamó a su criado y fueron a refugiarse en el bordo de los cerros. Al rato llegó nomás la partida al pueblo y como se enteraron de que estaba en el bordo se larga­ron para allá. Fue cuando Chumbita tuvo otro presentimiento. Le dijo al criado que tenían que irse rápido. Levan­taron todo y escaparon. La tropa los persi­guió, pero resultó que en esa zona, que él conocía a la perfec­ción, había muchos utunucos, unos animali­tos que hacen cuevas en la superficie de la tierra. Él iba despacio, y los unitarios, apurados para alcanzarlo, se metieron al galope. Los caballos se caían, se quebraban. Así escapó".

            Otra anécdota de doña Felisa narra que Severo se reunía con sus hombres para adoctrinarlos en una estancia de la Costa de Arauco. Cierta vez, estando con su gente en el campo, en la copa del árbol que tenía a un costado se posó un pájaro, que le dijo: "Tienen que irse, acá están mal". Al escucharlo, Severo mandó a ensillar, se marcha­ron y al rato cayeron las tropas enemigas.

 

LOS CABALLOS DE SEVERO Y EL CHACHO

            La tradición oral recuerda que Severo Chumbita adquirió un esplén­dido caballo, con el cual desafió al preferido del Chacho. Viniendo de Tucumán con don Dionisio Córdoba, Severo pasó por Belén y fue a la estan­cia La Dorada buscando un potro. El dueño lo invitó a elegir y Severo se quedó. A la mañana siguiente se metió en el corral de palo a pique en medio de los animales, pegó unos gritos, revo­leó su poncho de vicuña para espan­tar­los, y dejó la prenda en el suelo. Nadie entendió por qué. Al rato un bayo se acercó a morder el poncho, y Severo sonrió diciendo: "Ese potro es mío". Así supo cuál era el mejor, y lo enseñó para correr y cazar junto con su hijo Ambro­sio.

            El bayo de Severo hizo fama en las cuadre­ras de la Costa de Arauco. El Chacho Peñaloza, también aficionado a las carreras, tenía un zaino muy ligero y acordaron un encuentro en Machi­gasta para medirlos, con un gran premio en plata. El día fijado, mucha gente se juntó a presen­ciar el aconteci­miento, en un recorrido de poco más de dos mil metros, desde Las Tinajeras hasta cerca de San Anto­nio.

            Al bayo lo montó Ramón Toledo, y al zaino un baqueano llanisto. Cuando largaron, el bayo se empezó a quedar, pero entonces Ambrosio, desde una barranca, lo alentó con sus gritos de tal manera que alcanzó al rival. Hay dos versio­nes del desenla­ce: una dice que los caballos llegaron cabeza a cabeza, y la otra que ganó el de Severo (Testimonio de Mario Brizuela, bisnieto de Severo).

  

 

LA DISPUTA POR EL AGUA

Y LA GUERRA SOCIAL

 

            En su libro sobre El Chacho, Sarmiento recalca la raíz india de las montoneras para presentarlas como expresión de barbarie. Sin embargo, no deja de señalar "la rapacidad de los conquis­tado­res" que los desalojaron y despojaron de tierras y aguas, explicando las luchas montoneras como una continuación de la resistencia indíge­na: "A estas causas de tan lejano origen se deben el eterno alza­miento de La Rioja y el último del Chacho".

            Como ejemplo cita el conflicto por el arroyo de Aimogasta: "La familia de los Del Moral hace medio siglo que viene conde­nada a perecer, víctima del sordo resenti­miento de los despoja­dos. Para irrigar unos terrenos los abuelos desviaron un arroyo, y dejaron en seco a los indios ya de antiguo someti­dos", cuestión que llevó al cacique Chumbita ─abuelo de Severo─ a reclamar al virrey.

            Sarmiento menciona que los Del Moral ya habían sido "blanco de las persecuciones de la montonera" en tiempos de Quiroga, aludiendo a los fusilamientos de varios de ellos, tras la derrota de La Tablada del año 29, cuando el caudillo se vio traicionado por el gobernador José Patricio Del Moral.

            Cinco de la familia “han sido degollados en el último levanta­miento", escribía Sarmiento refiriéndose al ataque de 1863 a la estancia de San Antonio (en realidad murieron tres). Anoticiado del caso, él instruyó por escrito a Arredondo para vengarlos. Tres meses antes, el incidente entre Daniel del Moral y los Chumbita en la fiesta de Machigasta muestra la animosidad que había en torno al problema del riego, y el resentimiento contra aquellos estancieros que expresaba Mercedes Chumbita, a quien otro Del Moral hizo ejecutar. La condena judicial contra Severo se basó al final en el homicidio de los Del Moral. Entre tantos atropellos cometidos por ambos bandos, éstos resaltan las connotaciones de clase en la saga de las montoneras y revelan cómo la lucha por el agua seguía gravitando en el trasfondo social de la guerra.

 

 AMBROSIO CHUMBITA

            Manuel Ambrosio Chumbita, investido como capitán a los 22 años por su padre, participó en las batallas de Tinogasta y Pozo de Vargas, escoltó a la familia de Severo hasta la frontera cuando cruzaron a Chile y volvió a reagrupar las fuerzas en Arauco. Desde allí acompañó a Felipe Varela con sus 300 de caba­lle­ría y 50 infan­tes, invernando en Antofagasta, tomando fugazmen­te Salta y Jujuy, y siguiendo por la que­bra­da de ­Humahua­ca hasta que, hostiga­dos por sus perseguidores, pasa­ron a Tarija. Ambrosio anduvo por Bolivia y Chile y a principios de 1968 regresó a La Rioja, donde las montoneras aún resistían.

            En San Pablo, un pueblito del sur de Catamarca, cortejaba a Sarita, la más hermosa hija del paisano federal Reynaldo Recalde. Aunque la madre oponía reparos a esa relación hasta que terminara la guerra y la niña cumpliera los diecisiete años, él la conquis­tó con perseve­rancia y con su natural simpa­tía, según refería Severo en carta a unos amigos. En enero de 1869, los enemigos que acechaban detuvieron al joven y lo remi­tie­ron engri­llado a La Rioja. Una semana más tarde, amenazado por las persecu­ciones, Recalde huyó con su familia a Córdo­ba, y luego a Buenos AIres.

            Ambrosio fue enjuiciado por rebe­lión, por dos ejecucio­nes y varios ataques a la propie­dad. Él rechazó los cargos, y las pruebas eran tan endebles que no se sabía ni el nombre de uno de los muertos. A pesar de que su abogado, Guillermo San Román, refutó las acusa­ciones y alegó que la resisten­cia montonera era "una reacción verda­dera­men­te popular" en la provincia, el juez Molina lo condenó a muerte el 10 de setiembre de 1870.

            San Román promo­vió un solicitud de gracia al presi­dente Sarmiento, que firma­ron 275 vecinos riojanos, incluso prominentes libera­les. Una petición semejante por Aurelio Zalazar había sido desoída el año ante­rior. Ambro­sio no quiso correr igual suerte y se fugó, acompa­ñado por sus guardia­nes, la noche del 18 de octubre de 1870. Fue a refu­giarse a Chile, y desde allá le escribía a Severo. Enterado de que la familia de Sarita se había muda­do a Buenos Aires, le decía apenado: "ahí, padre, usted sabe, yo no puedo ir".                      

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