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publicado en Revista Casa de las Américas N° 274, La Habana, enero-marzo 2014

Pese a la antigua historia oficial impuesta en la Argentina, pese a las presunciones de ser éste el país más europeo del continente sur y de que los argentinos "descendemos de los barcos", pese al mito de que la independencia fue obra de los criollos blancos, hoy sabemos que el "padre de la patria" era medio indio. Esto es lo que expuse en la Cátedra sanmartiniana de la Universidad de La Habana el pasado mes de octubre, presentando las evidencias sobre el origen y la vida de San Martín que nos muestran una figura distinta a la tradicional: el trayecto de un jefe revolucionario cuyo drama personal arroja nueva luz sobre las causas profundas de la lucha por la emancipación.

           Las impresiones de sus contemporáneos coinciden en que era un hombre extremadamente reservado, una personalidad enigmática, que se llevó a la tumba muchos secretos. Quienes lo trataron de cerca advirtieron su fisonomía de mestizo, como se lo ve en algunos retratos, aunque ello fue prolijamente disimulado en las estampas hagiográficas posteriores. Su proverbial discreción ─negándose a escribir memorias, reticente a publicar declaraciones que le solicitaban─ dificultó aclarar ciertos hechos cruciales de su vida privada y pública, que quedaron velados por el misterio y se prestaron a interpretaciones controvertidas; en particular, sus posiciones políticas, sus ideas sobre las formas de gobierno, e incluso su abrupta ruptura con España, donde se educó y sirvió durante veinte años en los ejércitos del reino, para tornarse a guerrear contra éstos por la liberación de las colonias.

Los testimonios reveladores

            La fe de bautismo de José de San Martín nunca se encontró y existen llamativas imprecisiones acerca de su fecha de nacimiento, resultantes de una cantidad de documentos oficiales y cartas suyas que se contradicen.

            Su aspecto físico era ostensiblemente diferente al de sus padres "legales". Juan de San Martín, como consta en la respectiva foja de reclutamiento militar, era rubio, de ojos “garzos” (azulados), de muy corta estatura: cinco pies y una pulgada, en medida castellana (el pie de Castilla es de 27,86 cm y se divide en 12 pulgadas), lo que equivale a 1,43 m. Gregoria Matorras era blanca y “noble”. Ambos “cristianos viejos” de probada “pureza de sangre”, sin mezcla de infieles, según el expediente de ingreso como guardia de corps del menor de los hijos, Justo Rufino.

            Juan Bautista Alberdi, al conocer en París al general San Martín al fin del verano de 1843, observó que era de estatura más que mediana, y puntualizó en su relato: “yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado”. Obviamente aludía a sus rasgos aindiados, según comentarios que eran corrientes en América. 

          El general Guillermo Miller, con quien tuvo estrecha relación, lo vio “alto, grueso”, de “rostro interesante, moreno, y ojos negros, rasgados y penetrantes”. Los ingleses Samuel Haigh y Basilio Hall destacaron también su elevada estatura y el “color aceitunado oscuro” de su semblante, así como el cabello y los ojos negros. Según John Miers, era “alto y fornido”, de “tez cetrina”. De acuerdo a la descripción del agente norteamericano William Worthinghton, tenía “casi seis pies de estatura, cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos negros”; se refería, por supuesto, a seis pies anglosajones (30,48 cm), lo cual equivale a algo más de 1,80 m.

            Pastor S. Obligado, recopilando diversas referencias de la época, lo describió “bastante bronceado, de rostro anguloso”, aunque “más claro que muchos de los generales de Bolívar”; agregaba que los godos le llamaron “indio misionero”, y el general francés Miguel Brayer, quien estuvo a sus órdenes antes de convertirse en un adversario, lo tachó de “tape de Yapeyú”.

            La escritora británica Mary Graham, amiga de Lord Cochrane, que lo conoció personalmente en Chile, escribió en su Diario de memorias que se lo consideraba “de raza mixta”, y en una publicación del mismo texto acotó que no había podido averiguar su verdadera filiación. 

            Benjamín Vicuña Mackenna anotó que los señores de la aristocracia chilena lo tenían por “un paraguayo, el ‘mulato San Martín’”. Los españoles, durante su campaña del Perú, según José P. Otero (el fundador del Instituto Sanmartiniano argentino), lo llamaban despectivamente “el cholo de Misiones”.

            Otros datos acerca del origen de San Martín provienen de sus propios dichos. Manuel de Olazábal, testigo presencial, narró la reunión de fines de 1816 en el campamento de El Plumerillo, cuando el general expuso a un grupo de caciques pehuenches el plan de cruzar los Andes, enfatizando el propósito de acabar con los godos que "les habían robado la tierra a sus antepasados", y les manifestó que él también era indio.

            Un capítulo de las Tradiciones de Buenos Aires de Pastor S. Obligado, titulado “Un cuento que no se puede contar”, abunda en circunloquios sobre el origen indígena del Libertador y habla de la “creencia vulgarizada” de que “procedía de muy modesto linaje, al menos por la línea materna”. La foja de servicios de Juan de San Martín registra que era un simple “hijo de labrador”, en tanto Gregoria Matorras, prima del gobernador de Tucumán, venía de una familia de mayor lustre. Es obvio que Obligado no se refería a ella. ¿A quién, entonces? Sólo una mujer nativa podía ser de linaje más modesto que un campesino español.

            Este autor sigue contando que los enemigos lo apodaban de tape o indio, y lo relaciona con una anécdota relatada por el mismo San Martín en Francia a un grupo de amigos americanos: recordaba haber echado de su casa a un genealogista andaluz que pretendía venderle supuestas pruebas de nobleza de sus antepasados, riéndose de aquel pícaro y refiriéndose a sí mismo como "el indio misionero".

            Vicuña Mackenna, uno de sus primeros biógrafos, lo expresó claramente en unos artículos para El Mercurio de Valparaíso (agosto de 1871) sobre el retiro del Libertador en Europa. En estas “Revelaciones íntimas”, recogidas “en el hogar” (seguramente confidencias de la hija y el yerno), explicaba que en el ánimo de San Martín prevaleció “el instinto del insurgente, es decir, del criollo” por sobre las ideas especulativas, llegando a la rotunda conclusión de que “había servido a la independencia americana porque la sentía circular en su sangre de mestizo”.

Dos tradiciones convergentes

            Una tradición popular difundida en la región de las antiguas Misiones jesuíticas, por ambos lados del río Uruguay, afirma que José de San Martín era hijo de una india guaraní, criada de la casa del teniente gobernador de Yapeyú. Viejos pobladores de la provincia de Corrientes aseveran que esa joven era Rosa Guarú (también conocida por el apellido Cristaldo), recordada en los libros como la niñera o nodriza que lo cuidó en sus primeros años, que vivió hasta muy anciana y cuyo testimonio fue definitorio para establecer cuáles eran las ruinas de la casa donde nació el Libertador. Entre los yapeyuanos se preservó el relato de que el capitán San Martín y su señora se llevaron al niño con la promesa de volver a buscar a Rosa, algo que nunca cumplieron.

            Esta versión coincide y se completa con otra de distinta fuente, transmitida hasta hoy según los testimonios que recogimos en el seno de varias ramas de la familia Alvear: que el padre biológico del niño fue el oficial de marina Diego de Alvear y Ponce de León, quien desde 1774 hasta 1801 recorrió en comisiones oficiales toda la región misionera y debió hospedarse en casa del teniente gobernador de Yapeyú. De manera que Carlos de Alvear, hijo de su posterior matrimonio con una dama porteña, venía a ser medio hermano de José. Una prueba de esta tradición son las memorias manuscritas de una hija de Carlos, doña Joaquina de Alvear de Arrotea, fechadas en 1887, en las que asentó que San Martín era hijo natural de su abuelo y de una indígena correntina.

            Los recuerdos de los Alvear, que constatamos también en la rama española de la familia ─descendientes de un segundo matrimonio de don Diego─, añaden que éste “le pagó la carrera militar a San Martín”. Como las ordenanzas reales vedaban a un hijo "ilegítimo" ingresar a la carrera de oficial, don Diego encomendó a los San Martín-Matorras que lo adoptaran y lo criaran como propio, comprometiéndose a costear aquellos estudios.

            Don Diego y Carlos se establecieron en España a partir de 1805 y encontraron en Cádiz a José. Éste y Carlos actuaron juntos en una logia masónica, precursora de la Logia Lautaro, desde la cual en 1811 planearon regresar a América. Durante aquellos años debió franquearse todo entre los tres, bajo el compromiso mutuo de guardar el secreto.

Despejando las incógnitas

            Las revelaciones que constatamos aclaran numerosas incógnitas. Se explican las divergencias en torno a la fecha del natalicio, que para el mismo San Martín era dudosa. Se explica el desapego hacia su madre adoptiva, a quien dio por muerta (cuando aún vivía) al declarar su filiación en los esponsales de 1812; y el disgusto con su hermano de crianza Manuel, que no quiso venir a acompañarlo en la guerra por la independencia. Se explica su relación fraternal con Carlos de Alvear, quien viajó con él a Buenos Aires y lo introdujo en la sociedad porteña (y con quien se enfrentaría después, en una rivalidad tan apasionada como su anterior camaradería).

            Se explica asimismo la resolución de este soldado del Rey que rompió sus juramentos y abandonó en España su carrera, afectos, lealtades, familia y relaciones, para ir a pelear en la rebelión americana: un viraje que intrigó a los historiadores y dio pie a las conjeturas de que fuera un agente inglés, para justificar aquel salto oceánico hacia un país donde nadie lo esperaba.

            También se comprende mejor su difícil inserción en la elite porteña, donde la tradición familiar cuenta que su casamiento con Remedios de Escalada tropezó con la hostilidad de la orgullosa suegra, y donde cosechó sus más insidiosos enemigos en el grupo aristocrático de Rivadavia.

            Es posible entender asimismo las afinidades personales que influyeron cuando, frente a la divergencia entre dos bandos de la revolución chilena, el de Carrera y el de O’Higgins, San Martín se inclinó por éste último, que llegaría a ser “su mejor amigo”: Bernardo O’Higgins era un patriota que sufrió la discriminación y la falta de hogar, por ser hijo natural de un noble español (gobernador de Chile, luego virrey del Perú) y de una mujer de sangre mapuche.

            Todo indica que la "agonía interior" de San Martín, la condición de desclasado y el problemático ocultamiento de su filiación, que lo afligieron desde joven, están en la raíz de los padecimientos psicosomáticos que llegaron a postrarlo durante sus campañas militares, cuando tuvo que luchar también contra sí mismo y sus enfermedades.

            Por otra parte, la conciencia de su origen no podía dejar de influir en su apreciación del conflicto étnico y social de la emancipación, en su actitud hacia las "castas" sometidas y su lugar en las opciones políticas que puso en juego la revolución. Aunque él y Carlos (su hermano de logia y de sangre) se rebelaron contra el coloniaje español (y contra el padre, que aún siendo un liberal antiabsolutista no podía admitir el proyecto de sus hijos), ya en América siguieron distintos caminos: Carlos buscó afanosamente el poder entre los altos círculos de la capital porteña, y José marchó al interior a construir su ejército armando a los gauchos, los indios y los negros. La bifurcación de los caminos de los medio hermanos es una parábola perfecta de las tendencias que separaban al "legítimo" del "bastardo", a un criollo de la aristocracia y otro que no podía entenderse con ella.

            Aunque la formación intelectual de San Martín era la de un europeo iluminista, la certeza de pertenecer entrañablemente a esta tierra, engendrado por un conquistador en su madre aborigen, obró como un mandato para compenetrarse con su gente. Los relatos del mestizo Garcilaso de la Vega ─con quien no podía dejar de sentirse identificado─ fueron su libro de cabecera, que él instó a reeditar en Córdoba con un prospecto donde se exaltaba la herencia de los incas como "un compuesto de justas y sabias leyes que nada tienen que envidiar al de las naciones europeas".

La pasión del Libertador

            El caso de San Martín es un ejemplo dela historiografía liberal eurocéntrica que se construyó falseando el sentido de la revolución de los pueblos americanos. La imponente biografía de Mitre expurgó de la vida del prócer cualquier dato que señalara su origen y tergiversó sus definiciones políticas. Ocultó su apoyo entusiasta al plan de Belgrano de entronizar un inca para unir a los estados de Sudamérica, omitió su declaración a los pehuenches de "ser también indio", desconoció la participación indígena en las campañas del Ejército de los Andes. La preocupación de Mitre era contraponerlo a Bolívar, desacreditar el proyecto de integración continental y, en definitiva, reconociendo sus méritos militares, descalificar a los dos como conductores políticos.

            Las proclamas en quichua que San Martín y O'Higgins dirigieron a las comunidades peruanas los convocaban a sumarse a la causa con un mensaje de solidaridad indoamericana, que tuvo respuesta luego en las guerrillas de indios y mestizos, lideradas por jefes montoneros como Cayetano Quirós y el cacique Ninavilca. Siendo Protector del Perú, San Martín decretó suprimir la denominación de "indio" para terminar con las discriminaciones (que él había sufrido en carne propia). Abolió los tributos y servicios personales de los naturales; proclamó la libertad de vientres y, como hiciera antes en Cuyo y Chile, manumitió a los esclavos que se incorporaban a sus filas. Su gobierno, a pesar de las intrigas de la oligarquía limeña que lo despreciaba, protegió los monumentos arqueológicos incaicos como patrimonio estatal, procuró extender la educación pública respetando las culturas indígenas, estableció la "ciudadanía americana" para los nacidos en cualquier país independizado de España, y suscribió el pacto de Unión y Confederación perpetua con la Gran Colombia, orientado a ligar al conjunto de los estados hispanoamericanos. 

            Republicano y plebeyo por temperamento, San Martín prefería un sistema monárquico constitucional para encauzar el caos de la revolución, y lo vio conciliable con la restauración simbólica del incario. Era un liberal agnóstico, aunque respetó el espíritu religioso de las poblaciones. Discrepaba con el federalismo, pero se entendió con los federales patriotas. Fue un general a la europea que proclamaba ser ante todo "del partido americano”. El compromiso revolucionario de este hombre de dos mundos, debatiéndose en las contradicciones de la ilustración occidental con la realidad autóctona, es también un espejo de la sociedad y los dilemas de la América mestiza. En su carácter confluían y pugnaban la razón europea y la emoción indígena, el cálculo y el sentimiento, el amor al solar materno y la voluntad de transformarlo, a lo cual dedicó sus esfuerzos hasta el último aliento.

            La elite unitaria de Buenos Aires traicionó el proyecto independentista y le obligó a expatriarse. Desde su ostracismo en Europa, tuvo la lucidez de ver cómo el nuevo enemigo era el neocolonialismo de las grandes potencias, y ofreció sus servicios a la Confederación de Rosas para rechazar las agresiones anglofrancesas de 1838 y 1845, que calificó como una contienda "de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España". Hasta el día final, el viejo guerrero fue consecuente con el empeño de su vida.

            No hay ningún determinismo genético que explique la historia humana; pero sin duda, en la conciencia del Libertador, ser hijo de madre india fue una señal, un llamado irrenunciable. Mi tesis es que, por sobre las razones ideológicas generales, ésta fue la motivación concreta de su voluntad inquebrantable en la causa revolucionaria: para él, de la misma manera que para muchos otros líderes patriotas y para la mayoría de los pueblos que se levantaron en todo el continente, la "pasión eficiente" fue la lucha por la igualdad y la dignidad de los colonizados.

            Lo que aún falta por conquistar en ese camino nos muestra la actualidad del tema: reescribir la biografía del Libertador es una parte fundamental de la tarea que tenemos por delante para revisar y comprender la historia de nuestra América.

 

Bibliografía

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Busaniche, José Luis, San Martín visto por sus contemporáneos, Buenos Aires, Solar, 1942.

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Gómez, Hernán Félix, Yapeyú y San Martín, Buenos Aires, J. Lajouane, 1923.

Graham, María, Diario de su residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823) [1ª ed. Londres, 1823], Madrid, Biblioteca Ayacucho, s/d.

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Macera, César Francisco, San Martín gobernante del Perú, Buenos Aires, J. H. Matera, 1950.

Miller, John, Memorias del General Miller [1ª edición castellana: Londres, 1829], Buenos Aires, Emecé, 1997.

Mitre, Bartolomé, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, [Lajouane, 1887, 3 tomos], Buenos Aires, Eudeba, 1967-1968, 4 tomos.

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Olazábal, Manuel de, Memorias del coronel Manuel de Olazábal, Buenos Aires, Bibliote­ca del Institu­to Sanmartiniano, 1942.

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Otero, José Pacífico, Historia del Libertador don José de San Martín, Bruselas, s/d, 4 tomos [reeditado por Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, Buenos Aires, 1976-78].

Vicuña Mackenna, Benjamín, Obras completas, Santiago, Universidad de Chile, 1938, tomo VIII.

 

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Nací en Santa Rosa, La Pampa, en 1940, cuando aquélla era una pequeña ciudad de calles de tierra y el territorio todavía no era provincia.

Por el lado paterno –lo supe mucho después–, algunos de mis antecesores riojanos eran unos tipos quijotescos, el último cacique-gobernador de Aimogasta y el caudillo montonero Severo Chumbita. La familia de mi madre, que fue a poblar en los primeros tiempos la Pampa Central, descendía del vasco Luis Josef Zaldarriaga, casado con una hermana del revolucionario de la independencia Juan José Castelli.

Siendo adolescente, me sentí violentamente atraído por las luchas políticas cuando mi padre, un hombre justo, nacionalista, que había sido dirigente bancario durante el “régimen depuesto”, fue perseguido y encarcelado por la “Libertadora”.

En la Escuela Normal tuve como profesor a Ricardo Nervi, poeta, escritor, periodista, un maestro que alentó las inquietudes y rebeldías de nuestra generación. Organizamos la Federación de Estudiantes Santarroseños e hicimos una huelga memorable en 1957. Participé en la agrupación Huerquén, donde publicamos la revista del mismo nombre, dirigí el grupo teatral Lihué, y me inicié en las letras con un olvidable poema premiado en la Fiesta del Trigo. Trabajé como maestro rural en el sur de La Pampa y en escuelas de la Capital Federal.

Empecé a estudiar Derecho en La Plata y continué en la UBA, donde también cursé materias de Sociología. Participé de las revueltas juveniles de esos años y conocí a muchos luchadores de la resistencia. Fundamos la Juventud Universitaria Peronista en 1962, dirigí la revista 4161 y tuve mi bautismo de cárcel a causa de una toma de la Universidad.

Ejercí la profesión de abogado en la capital y la provincia de Buenos Aires, fui asesor de sindicatos y miembro del cuerpo de abogados de la CGT de los Argentinos. Dí clases en institutos secundarios y universitarios, colaboré en medios periodísticos alternativos y publiqué mis primeros ensayos historiográficos en la revista Todo es Historia; uno de ellos sobre el bandolero Vairoleto, que luego plagiaron alegremente algunos cronistas policiales.

En 1974 fui Secretario Académico en la Universidad de La Pampa, organicé el Instituto de Estudios Regionales dedicado a la investigación interdisciplinaria y fui titular de la cátedra de Historia económica y social argentina y latinoamericana. De esta época inolvidable data mi relación con Jorge Prelorán, como productor de su film Los hijos de Zerda.

A raíz de la persecución que el ex general Ramón Camps desató contra la Universidad, fui secuestrado y estuve preso sin causa judicial entre 1975 y 1978 en el penal de Rawson: una dura experiencia en la que encontré la solidaridad de amigos entrañables.

Tuve que refugiarme en España, donde ejercí diversos oficios, me casé y tuve un hijo. Codirigí con Alvaro Abós y Jorge Bragulat la revista Testimonio Latinoamericano, en la que debatíamos los exiliados argentinos, chilenos, uruguayos y de otros países hermanos. Recorrí Europa y colaboré en las actividades de denuncia contra la dictadura. Fui becario investigador del Centro de Estudios Constitucionales, del que era titular en Madrid el Dr. Elías Díaz, y me doctoré en Derecho en la Universidad de Barcelona con una tesis sobre el derecho de asilo.

En 1984 regresé a Buenos Aires, donde dirigí los primeros números de la revista El Despertador y formé parte del Consejo de Redacción de la revista Unidos que dirigía Carlos Chacho Alvarez. También organicé y conduje el Instituto de Estudios Políticos, Sindicales y Técnicos de FOETRA en tiempos de la controvertida gestión de Julio Guillán.

En 1985 ingresé por concurso a la cátedra de Instituciones de Derecho Público en la Facultad de Ciencias Económicas, y me aboqué a investigar sobre problemas e innovaciones en la gestión pública en la programación de Ciencia y Técnica de la UBA.

Nos embarcamos en un ambicioso empeño enciclopédico, con Paz Gajardo y Susana Gamba y la supervisión de Torcuato Di Tella: el Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas, publicado por Planeta en 1989, con varias reediciones. Además de artículos en varios medios de prensa, escribí dos libros de historia y actualidad política, El enigma peronista (Puntosur, 1989) y Los carapintada. Historia de un malentendido argentino (Planeta, 1990), que en su momento tuvieron cierto eco polémico.

A partir de 1990, cuando el menemismo contrariaba todo lo que yo pensaba y esperaba del peronismo, trabajé como investigador en el Instituto Nacional de la Administración Pública y en estudios de consultoría para algunos sindicatos y programas técnicos de los ministerios de Relaciones Exteriores y de Educación.

Entonces retomé el asunto de los bandidos románticos, que me llevó a ahondar las indagaciones por el interior del país, a encontrar otros personajes y redescubrir la juventud rebelde de Artigas. Publiqué varios artículos en Todo es Historia, y dos libros: Ultima frontera. Vairoleto. Vida y leyenda de un bandolero (Planeta, 1999) y Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina (Javier Vergara, 2000), que obtuvo el 1º Premio de Ensayo "Eduardo Mallea" de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, y fue reeditado por Colihue en 2009. Estos trabajos inspiraron recreaciones teatrales, audiovisuales, cinematográficas y musicales, incluso el tema de León Gieco Bandidos rurales en el que figuro como coautor. Mis aportes fueron también recogidos por Eric Hobsbawm en la reedición de su texto clásico Bandits.

El año del Sesquicentenario de San Martín, una serie de revelaciones me motivaron a investigar sus orígenes y relacionar el caso con el de otros grandes personajes argentinos, Yrigoyen y Perón. De todo ello dan cuenta, además de artículos varios, mis libros El secreto de Yapeyú. El origen mestizo de San Martín (Emecé, 2001, reeditado por Planeta, 2005, Fund. Ross, 2010 y Editorial Octubre, 2014), Hijos del país. San Martín, Yrigoyen, Perón (Emecé, 2004) y, en colaboración con Diego Herrera Vegas, El manuscrito de Joaquina. San Martín y el secreto de la familia Alvear (Catálogos, 2007, reedición Ciccus, 2018).

Los estimulantes encuentros de historia y filosofía del Corredor de las Ideas del Cono Sur a los que me invitó Hugo Biagini, y la vinculación con la Fundación Vargas de Brasil a través de Fernando Tenório, me permitieron viajar y estrechar contacto con colegas afines de los países sudamericanos. Realicé varias incursiones en medios radiales, compartidas con Jorge Rulli y otros veteranos y jóvenes comunicadores, en especial un programa de historia y cultura que conduje en Radio Nacional Folklórica desde 2005 hasta 2017.

Entre 2004 y 2011, en el Departamento de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional de La Matanza, organicé la Secretaría de Investigaciones, coordiné un curso de Historia Argentina y fui titular de las cátedras de Derecho Político e Historia Política Americana. Fruto de esta dedicación a enseñar y aprender son tres textos en los que me propuse otros enfoques de revisión histórica: América en revolución. Breve historia de la emancipación de los países americanos (Fund. Ross, 2010), prologado por mi colega y amigo León Pomer; Historia Política de las Américas. De los orígenes a la emancipación (UNLaM- Prometeo, 2010) e Historia crítica de las corrientes ideológicas argentinas. Revolucionarios, nacionalistas y liberales 1806-1898 (UNLaM- Fund. Ross, 2013; reeditado por Octubre, 2022).

El hallazgo de los expedientes judiciales que develaban la saga de mis antepasados riojanos me decidió a elaborar con Víctor H. Robledo el libro La causa perdida del comandante Severo Chumbita. Rebelión de las montoneras federales 1862-1868 (Fund. Ross, 2011), y un video documental para acompañar la edición: Maten a Chumbita (producción IMA). Otro experimento que realicé fue el videofilm Vida y milagros de Vairoleto, para la reedición de Última frontera por editorial Amerindia. Y escribí un musical que proyectamos llevar al cine, la Opereta de los bandoleros

He recorrido el país dando charlas y presentando libros. Participé en actividades dedicadas a celebrar el Bicentenario de la revolución, y fui miembro del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego creado por la presidenta Cristina Kirchner: una iniciativa frustrada, pero que removió la necesaria polémica sobre la interpretación del pasado y presente de nuestra castigada república.

Actualmente soy titular de una cátedra de Historia Regional Argentina y fui director del Instituto de Investigaciones en el Departamento de Folklore de la Universidad Nacional de las Artes, donde dirijo la revista digital DeUNA. También soy titular de la Cátedra Libre de Estudios de Arte, Historia y Sociedad en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, acompañado por Graciela Dragoski, Víctor Giusto, Ana T. Lorenzo y Jorge Rachid. He recibido algunos premios o reconocimientos, como el de la Sección Guatemala de UNESCO en 2011, el "Arturo Jauretche" en 2014, el del Senado de la Nación en 2016, de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en 2017, de la Universidad Nacional de Lanús en 2018, y de la Fundación Octubre en 2022. 

Hace un tiempo publiqué un libro de utilidad para la docencia, Bosquejo de Historia Argentina (Ciccus, 2017), y mis trabajos más recientes fueron la continuación de la Historia crítica de las corrientes ideológicas argentinas. con un segundo tomo Del roquismo al peronismo 1898-1955 (Octubre, 2022) y el tercero, Dictaduras, neoliberalismo y populismo 1955-2015 (en prensa).

(Continuará)

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